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DE MAYO DEL 2013
POR
FIN UN MATADOR DE TOROS MEXICANO, DIEGO SILVETI, SATISFACE EL IDEALISMO VICTORIOSO
EN MADRID .
En
la larga –perspectiva- historia del toreo los aficionados, muy en especial los -¿villamelones?-
iletrados y semicultos en la materia, se han inclinado a la fácil adoración del
torero triunfador como las plantas en un tropismo hacia el sol. Aquellos,
encandilados, no parecen ser libres de su propia elección: y la inercia del
triunfo los atrae. Es la ley de la vida.
Hoy,
con gesto adoratriz, estos se rinden ante Diego Silveti. Es la ley del triunfo.
Unos
cuantos, los que según se dice “chanelan”, con diferentes raíces culturales, y
respondiendo a los estímulos visuales después de un severo proceso analítico,
muestran las mismas curvaturas en su inclinación. Sabedores que el toreo tiene
sus propias reglas y determinaciones, los “entendidos”, por lo regular
extremosos, oscilan entre la rabia y el éxtasis: y también la inercia del
triunfo los atrae.
Hoy,
con gesto de veneración y reconocimiento, estos se inclinan ante Diego Silveti.
Es la ley de la vida: es la ley del triunfo.
Garbo
y sencillez, a los que el torrencial aguacero no pudo ablandar, pero sí
compactar, le dio a la actuación de Diego –el domingo pasado en Madrid- una
tonalidad asombrada pues, a pesar de la opacidad y el chubasco, su palabra –oficio- brillaba a la
luz del verso como salido del reposo en el que el bisnieto de “El Meco”, nieto
de “El Tigrillo”, e hijo de “El Rey”, largamente se había sentido y repensado.
Diego
sabía que atrás de las nubes está el sol; Diego sabía que con determinación,
elegancia, y hablando con la voz dura que con airoso decir doma caballos y
encausa ríos, encontraría la luz del triunfo.
Hoy,
con gesto de admiración, el taurino mexicano le canta a Silveti con la boca
llena de sol. Es la ley de la vida: es la ley del triunfo.
Lo
cierto es que Diego Silveti, felizmente conquistador de Madrid, ha logrado que
en la conciencia de todo mexicano –aficionado y taurino por lo menos- se vuelva
a grabar la figura de un torero que sintió latir en su corazón “nuestro”
patriotismo nacionalista.
Diego,
de fácil sonrisa, la que presupone un buen humor permanente, y con una gran
imaginación creadora dispuesta a combinar la actitud combatiente con la
elegancia estética da al medio taurino mexicano una lección de cómo y porqué se
debe admirar a los toreros que saben llegar a la cumbre desde la cual ahora él
es honrado.
Hoy,
con gesto de adulación, el taurino mexicano reconoce la clamorosa victoria de
Diego en Madrid –la que al día siguiente alcanzaría en Nimes- obtenida por su
ágil psicología –cerebro y ánimo- y esforzado corazón. Es la ley de la vida: es
la ley del triunfo.
Y
si bien es cierto que hoy el hijo de David es proclamado por la oratoria
popular, y ensalzado por la prensa académica, y lo es tanto por la más barata e
insignificante como por la más significativa y elocuente, el verdadero
triunfador es el espíritu de los chamacos –jóvenes con aspiraciones del gran
capitán: Macías, Saldivar, Sánchez, Barba, Aguilar, Adame- a los cuales les
identifica su gran ambición. Y es precisamente su espíritu el que les ha hecho
pisar con firmeza en cuanta plaza han
plasmado en formas visibles la consecuencia de saber “odiar” a los gestos que
dibujan a las pantomimas de la mediocridad.