Amigos… Hemos sido testigos de los festejos menores que se vienen dando en el coso de la Calzada Independencia, en los cuales han sido muy escasas e intrascendentes las acciones vistas, ya por exigua presencia y bravura mostrada por los astados lidiados, así como la poca disposición de los noveles aspirantes a toreros.
¡Son jóvenes!, comentaba alguien en el tendido. Sí, pero ¿quieren ser toreros? El ser torero es sinónimo de entrega absoluta a una profesión que no tiene igual, en que se da el ciento por uno en cada tarde, en cada plaza, ante todos los públicos y principalmente ante todos los toros, sin escatimar nunca el más mínimo esfuerzo.
Como paradigma valdría hoy acordarse de un joven que ambicionó y deseo ser torero de verdad, Laurentino José López Rodríguez, Joselillo para el mundo de los toros. Fue más que un novillero, es el rey de los novilleros; por algo hasta nuestros días y después de 61 años de su trágica muerte, sigue siendo en su nombre el trofeo más importante para los novilleros, y el ejemplo a seguir.
Laurentino, nace en España en 1925 en la ciudad de Nocedo, provincia de León. A la edad de 7 años es enviado por su padre a México, para que viviera con su hermano mayor José Luis, que ya tenía algunos años avecindado en nuestro país. Laurentino por ser leonés, nuca había conocido una plaza de toros, fue aquí en México y ya pasados algunos años donde asiste por primera vez a una corrida de toros.
Rápida y meteórica fue la carrera taurina de Joselillo, su entrega, hambre de triunfo y desmedida afición, pronto lo colocó en la cúspide de los novilleros y en las expectativas y la admiración de todos los aficionados. Desafortunadamente para él y para la fiesta, el 28 de septiembre de 1947, en la Plaza México, el toro Ovaciones, infirió una grave cornada a José, poniendo punto final a la vida del joven leonés. Descanse en paz el ejemplo de lo que de debe ser un torero, Laurentino José López Rodríguez.
Publicado en MILENIO
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