14 octubre 2008

EL LIBRO


LIBROS FILOSOFÍA DE LAS CORRIDAS DE TOROS

El orgullo y la ética

18.10.08 -

BEGOÑA DEL TESO


Título:

Filosofía de las corridas de toros. 270 páginas

Autor: Francis Wolff.

Editorial: Bellaterra (20 euros)

Francis Wolff, catedrático de Filosofía en la Universidad de París, autor de libros como Aristote et la politique, Socrate y Dire le monde, escribió en 2007 Philosophie de la corrida, editado en castellano por Edicions Bellaterra en su colección Muletazos con el título de Filosofía de las corridas de toros. Aunque apareció en junio, el glorioso libro que defiende apasionadamente la tauromaquia como algo universal, ético, ecologista y profundamente animalista, ha cobrado más fuerza al término de la temporada taurina española y el comienzo de la americana pues el filósofo paró en Madrid para presentar su declaración de amor a la Fiesta, su defensa absoluta del toro, jamás como víctima, siempre como amada bestia de combate. El libro, difícil de encontrar en las principales plazas de Gipuzkoa, comparte con la no menos impresionante obra de Víctor Gómez Pin La escuela más sobria de la vida, el orgullo de ser aficionado a un arte, un espectáculo, un desafío, un combate, que, aparte de otras mil definiciones, se concibe como una auténtica exigencia ética.

Amén de filósofo, Wolff, que sabe que en cada toro, por malo que sea, se esconden jirones de El Toro con máyúsculas, del bicho totémico, es un narrador de raza, un contador soberbio. Las tres páginas (237/9) dedicadas a recordar la hazaña de Antonio José Galán y el Miura llamado Inoportuno el 14 de julio de 1973 en la plaza de Pamplona, anegada entre tremendas trombas de agua, provocan una impetuosa pasión en cualquier aficionado porque son reseña pura del combate entre dos héroes: «Arrecia la tormenta, se vuelve inmensa. El toro acude boyante al caballo. El hombrecillo vulgar adelanta la mano izquierda, casi desarmada, y se pone a resistir valientemente toda aquella fuerza, la del cielo que nos cae encima y la de los pitones que se lanzan sobre él; ya está descalzo, ya no hay arena debajo de él, sólo un vago mar en el que el toro va y viene. El hombrecillo permanece plantado con su grandeza, en medio de las olas y, payaso grotesco, se pone a dibujar series de naturales de ensueño. Con el estoque en la mano, sin trapo ni defensa, se lanza al vacío entre los pitones. Inoportuno yace en el río cenagoso. El público invade el ruedo, suben en hombros al héroe...»

Defensor absoluto de la tauromaquia como acto de una ética atroz en la que al rival se le trata con esa elegancia suma con la que todo buen guerrero, desde Aquiles al Barón Rojo, ha desafiado y amado a su adversario, Wolff detiene su reflexión continuamente en detalles que muchas veces pasan inadvertidos en el fragor de la temporada: Sólo al torero se le honra nombrando su oficio. A Iniesta no se le grita ¡Futbolista! Pero a Perera se le glorifica diciéndole ¡Torero!


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