15 de enero de 2009
Un alma atribulada
Miguel Ángel García
A Humberto Flores
¿Cuántas cornadas puede aguantar un hombre que es torero?
¿Cuánto puede soportar su espíritu el dolor interno?
¿Hasta dónde el alma puede seguir llorando el sufrimiento exterior?
De pronto todo quedó en silencio, únicamente escucho el grito desgarrador de mi cuerpo, de mi carne que yace abierta.
Miro mi taleguilla tinta en sangre, una vez más.
Miro la herida en mi cuerpo y ella me mira también.
Miro mi carne totalmente lacerada, abierta, rota, mancillada por alguien a quien toda mi vida he amado y respetado.
Una vez más he aquí este desafortunado torero que yace tirado en la arena, con la cara en alto y desbordado de vergüenza torera.
No dejo de ver el boquete por donde se me escapa la vida.
Huele a carne quemada.
Conozco este olor, este dolor.
El tiempo se congela.
Mi quijada se quedó trabada.
Una cornada más.
Más allá, con sus dos puñales amenazantes, me mira de reojo el que me ha dado la gloria... y también dolor, como ahora.
Hoy por la mañana todo hacía indicar que habría alegría al final de este día.
El agua caliente que resbala en mi cuerpo, más que una ducha, baña de algo especial mi yo interior.
El grana y oro me espera, mi segunda piel. El armazón que usaré para enfrentar mi destino.
Qué hermoso es, pues el oro brilla más que nunca.
Me han apretado los machos más que de costumbre.
Ahora sé por qué.
El vitoreo de mis fieles se ha callado, no los puedo escuchar.
En segundos el destino me ha llevado por el sendero del dolor, una vez más.
Conozco este sufrimiento.
Sé lo que esta parte de mi cuerpo me está gritando ahora mismo.
Me suplica que no la abandone.
Me pide a gritos que corra.
Me pide hacer algo que no puedo, no nací para huir.
¿Qué le puedo decir?
Mi espíritu y alma no entienden el dolor físico; sin embargo, lloran.
También están agotadas, marcadas como un mapa al igual que mi cuerpo.
Conozco este dolor, ¿por qué otra vez?
¿Acaso no es suficiente?
Mis oídos vuelven a la realidad.
Mis sentidos regresan.
Huele a quirófano, allá van nuevamente las manos que han zurcido una y otra vez mi cuerpo.
Ahora todo sigue en silencio.
Me encuentro entre cuatro paredes y un techo al que no puedo dejar de mirar.
¿Cuántas cornadas puede aguantar un hombre que es torero?
¿Cuánto más podrá soportar mi espíritu?
No quiero pensar.
Me niego siquiera a pensar en mañana.
Quiero descansar.
Quiero despertar para volver a vestir mi traje.
Me espera y yo quiero morir con él.
Conozco este dolor.
Reconozco que sabré soportarlo una vez más.
¿Qué es la vida para mí sin el toreo?
Ya habrá tiempo de contar mis heridas.
Ya habrá tiempo, sí.
Por ahora, quiero descansar...
ESTO
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