09 abril 2008

OPINION Y TOROS

...de la tauromaquia de Goya


Antolín Castro

España [ 08/04/2008 ]

LA TEMPORADA

Con las primeras ferias dio comienzo la temporada grande, la española. Cada año se depositan en ella todas las esperanzas. Casi siempre, o siempre, todos piensan en los toreros, en lo que harán, en quienes serán los que destaquen, en las novedades, en la sorpresa, etc. Pocos, muy pocos, hacen sus cálculos, sus pronósticos, manifiestan sus esperanzas, en lo que hagan los toros. Los toros son esos convidados de piedra de la fiesta de nuestros días.

Con ellos, los toros, queda en el rincón la suerte de varas, aquella que daría valor a la bravura de los toros. Ya no son capaces de mantenerla siquiera por un día en esa parodia que a veces se hace de una corrida concurso. Y si todo esto es así, qué es la Fiesta. Una sucesión de momentos plásticos en los que un hombre vestido de seda y luces representa su ballet con una fiera que ya no es tal. En eso queda la fiesta y por ende, la temporada.

Qué podemos esperar entonces de la temporada ya empezada en su primer tramo.

Pasaron ferias de primera y de segunda, Valencia y Castellón, en marcha ya la siempre esperada Sevilla, pero de aquellos polvos llegan estos lodos: el toro ya no es, casi nunca, el protagonista de la fiesta, sino mero comparsa. Con rotundidad afirmamos: sin él todo es una fiesta menor. Para resumir, a modo de festival.

Se ha elevado el festival, otrora reservado para actos benéficos y figuras retiradas, a la categoría de espectáculo mayor. Ver desarrollarse los festejos, incluidas plazas de primera, simulando los puyazos, sosteniendo a ese animal del que había que protegerse, no deja de ser un auténtico esperpento. Seguiremos hablando de los toreros, elevados como por arte de magia a la categoría de actores únicos, pero no deja de ser un abuso de condición o un interés por ocultar lo verdaderamente importante, el toro.

Correrán ríos de tinta para decirnos que este o aquél son los mejores; que si torean en las plazas o sólo aparecen por ellas; que si uno venido de Francia o de América; pero cuándo llega el toro, cuántas veces, que es quien presta la emoción a este espectáculo.

Sólo él, con su comportamiento encastado, sostiene una tarde; sólo él, con su comportamiento aborregado, aburre toda una tarde. Y quienes son capaces de divertirse con aquello que hacen los figurines que les dan “su lidia”, no dejan de ser voceros de la nada.

Dejemos que transcurra la temporada y por ella siga abriéndose el boquete por el que se le va la vida a la Fiesta. Nada sucederá que nos haga reconsiderar nuestra postura responsable para con la historia de la Tauromaquia. Sin vacilar, seguiremos aplaudiendo a quienes son los primeros en aborrecer los orígenes de la misma. Toreros a los que permitimos llamarles así, cuando en realidad habría que llamarles, como mucho, actores para la representación de lo que antaño fue una fiesta. Así las generaciones futuras reconocerán la fiesta de los toros, esa donde una res recibía más elogios cuanto más amiga y colaboradora era del torero. Ni una sola concesión a que fuera ella misma; es más, por ese atrevimiento se le censurará.

Ni en la vida política ni en los toros: nadie quiere oposición, sólo colaboración. Formas de estimularse a la inversa, pero presumiendo en primera persona. Sin oponente no hay mérito y a nuestra querida Fiesta le falta eso: oponente. Lo hay a veces, muy pocas, y allí no están los nombres sonoros, ni los reconocimientos verdaderos. De ahí que recientemente le dedicara sentidas líneas, y sin dudar, a algunos menos encumbrados: El Fundi y Pepín Liria.

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