Corridas, cogidas y embestidas
ENRIQUE ABASOLO
OPINIÓN
Miércoles, Diciembre 2, 2015 - 23:38
La aclaración es pertinente y necesaria: no me gusta en
absoluto la tauromaquia. Podríamos decir incluso que ocupa un lugar distinguido
en mi lista de aversiones.
Pero no me detendré por hoy articulando diatribas contra
este pasatiempo mal llamado arte y mal llamado fiesta, porque hoy el debate se
debe centrar en otro punto y ojalá los antagonistas de esta discusión sepan
dejar de lado sus respectivas posturas para acceder al meollo.
Recientemente vetada de manera dictatorial, la actividad
taurina en nuestro Estado se convirtió en batalla legal.
Recordemos que aunque el Gobierno adujo razones humanísticas
para erradicar la tauromaquia, lo cierto es que era una iniciativa aprobada al
vapor y con dedicatoria para el empresario local Armando Guadiana, en quien el
moreirato (temprano y tardío) encontró a un prominente disidente. Y una forma
de castigarlo fue dándole justo en su afición y en una de sus actividades
empresariales favoritas.
El Gobierno, se dice, no escatimó recursos en asesoría legal
para detener la afrenta que constituía la celebración de una corrida de toros
luego de que la voluntad del Ejecutivo se había hecho patente. El veto contaba
además, como valor agregado, con la simpatía de una amplia mayoría que, como
yo, estima el toreo como algo obsoleto.
Los recursos de Guadiana Tijerina, que no son pocos, le
dieron con que dar la pelea, logrando ampararse para que el sábado se
presentara un cartel que para los entendidos debió ser más que atractivo, con
Diego Silveti, Armillita IV (me pregunto si los Armilla son como los Rocky) y
el matador Joselito Adame. La importancia de esta corrida, le insisto, la
reviste su fuerte connotación política.
Y tan fue un mensaje de desobediencia civil, que uno de los
toros sacrificados se nombró como el vocero televisivo del Palacio Rosa y al
final, una bestia extra, regalo del promotor de todo esto, se llamó “¿No que
no?”.
Tan por aludido se dio el Gobierno, que como acuse de
recibo, al final de las faenas, a la Plaza de Toros saltillense se presentaron
elementos de Protección Civil para clausurar el lugar con cualquier pretexto
sin importancia. Recuerde que aquí en Coahuila, estar en regla o no es lo de menos,
lo importante es estar en sintonía con el mandamás en turno.
Bien, voy a ser reiterativo: A mí no me importa si la
tauromaquia es erradicada de la faz de la Tierra y jamás vuelve a celebrarse
otra venida, quiero decir, corrida de toros. Esa es mi postura y es debatible,
pero no hoy, no aquí.
Mi interés reside en la importancia de haber retado a una
autoridad que obra de manera discrecional, motivada desde la víscera y claro,
más preocupada por demostrar que no hay cabida para la discrepancia. Una autoridad
capaz de lo que sea, menos de obrar en aras del bien común.
Ya cuando los llamados “antis” (los activistas que pugnan
por la prohibición del sacrificio animal con fines de entretenimiento) echaron
al vuelo las campanas por esta “progresista” política promovida del Ejecutivo y
aprobada en súper-híper-mega-chinga-exprés por el títere Congreso local, yo
interpuse ciertos empachos y reservas.
Y es que, aunque abrace la causa, siempre he dicho que debe
ésta triunfar por las razones correctas, pues si se impone desde el
autoritarismo, por mucho que simpaticemos con dicha medida, significa un
acotamiento de nuestras libertades.
Significa perder terreno en materia de derechos civiles,
cediéndole al Estado todas las atribuciones para que haga y deshaga con
nosotros a su voluntad. El debate taurino debe ser dirimido desde el consenso
ciudadano, por arduo, lejano o incluso imposible que se antoje. Nadie dijo que
fuera sencillo ponernos de acuerdo.
Pero aceptar una imposición, aun y cuando en lo inmediato pueda
parecernos a muchos deseable, es un error que se paga mucho más caro a la
larga, pues equivale a fortalecer al tirano en el trono.
La razón debe prevalecer por el mismo peso de la razón, no
por la oportunidad que abre el capricho.
No me gustan los toros, salvo en hamburguesa, pero la
corrida del sábado fue de suma importancia, pues aunque aun parece algo
distante para el ciudadano común, y apenas posible para un magnate empresario,
demostró que se puede retar al autoritarismo e incluso que es vulnerable y se
le pueden ganar algunas batallas.
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