Leonardo Páez
Concluyó en Huamantla, Tlaxcala, la feria anual, con sus hermosas alfombras policromas de aserrín, sus procesiones, los puestos diversos en tianguis insalubres y ruidosos en que se han convertido los recintos feriales de México; sus legiones de borrachos, sus heridos en la desastrosa huamantlada –mala imitación de la delirante pamplonada– y su feria taurina… organizada por fuereños.
Esto último, que pudiera parecer exceso de localismo, es en realidad un añejo coloniaje taurino interno, uno de los factores que más han contribuido al deliberado estancamiento de la fiesta de toros en México, habida cuenta de que a la invasión de supuestas empresas profesionales de la ciudad de México –más centralismo– se añade el desinterés de éstas en aprovechar toros y toreros de la región. Es el caso también de Aguascalientes, Guadalajara, León, Monterrey y muchas más.
Si a lo anterior se agrega la tradicional falta de rigor de resultados por parte de los ayuntamientos respectivos, que se conforman con el cobro por concepto de concesión e impuestos a la empresa pero sin exigirle un estímulo eficaz para valores taurinos locales, el círculo vicioso se cierra: toros y toreros de fuera, supuestamente de reconocido prestigio, sin oportunidades para criadores y diestros de la zona, con los que el público suele estar igual o más identificado que con los figurines nacionales.
Con estos complejos –nosotros no sabemos, ustedes sí–, el control de la fiesta de toros por parte de unos cuantos que deciden qué ganado y qué toreros dan espectáculo, no pocos coletas lugareños de valía quedan relegados, así como criadores de bravo del municipio o del estado en cuestión, mientras que los dineros son para la empresa profesional que cobra por dar una feria a su antojo.
Evidentemente, el problema no son las empresas de la ciudad de México, que van a lo suyo, sino las autoridades de provincia que las contratan, ignorantes de que con asesoría profesional un comité de feria puede indagar las preferencias taurinas reales del público, contratar toros y toreros de la región a mejores precios, hacer más rentable el espectáculo y estimular a valores que los centralistas desdeñan.
Pero la provincia “del reloj en vela” no se decide a desamodorrarse, y en lugar de comprometer a personas de la localidad cuyo prestigio y solvencia estén en juego en la organización taurina de la feria y por ende obligados a dar buenos resultados, optan por contratar a muy buen dinero a organizadores que llegan, aprovechan la plaza, cobran y se van con su troupe a otra feria.
Un ejemplo: a Manuel Rocha El Rifao, torero local, la empresa Renovación Taurina 2000 le permitió actuar en la última corrida de Feria de Huamantla pero sin alternar con los matadores anunciados, ya que la tenebrosa Asociación Nacional de Matadores –buena para gestionar permisos de trabajo a toreros extranjeros pero poco dispuesta a ayudar a sus agremiados– por bizantinas razones desconoce la alternativa de El Rifao, quien por lucida lidia al primero y último toros cortó tres orejas. Manuel dio espectáculo y triunfó, pero un puesto y el dinero se lo habían llevado otros
publicado en LA JORNADA