¿Será?
Muchos toreros desarrollan un extraño poder de presentir que algo les sucederá en la plaza de toros.
GUSTAVO MARES
“Esta tarde tengo mucho miedo”, dijo el “Torero de México” Alberto Balderas a los micrófonos de radio comandados por Paco Malgesto.
Aquel fatídico 29 de diciembre de 1940 en el Toreo de la Condesa, el toro “Cobijero” de Piedras Negras hirió mortalmente a Balderas, quien quizá presintió lo peor y por ello hizo tal comentario ante la mirada atónica del entrevistador.
Será acaso el constante contacto con la muerte, pero muchos toreros desarrollan un sentido muy especial que les lleva a intuir lo que les puede suceder y muchas veces, pese a ello, deciden apostar aunque tengan pocas posibilidades de ganar.
Hace ya muchos años, el gran picador de toros Efrén Acosta Baray, a quien cariñosamente se le conoce como “El Loco”, comenzó a oler un extraño aroma a gardenias mientras iba en una lancha en Acapulco. Le restó importancia al olor. A los pocos minutos su lancha naufragó y el varilarguero tuvo que salvar su vida nadando hasta la playa.
El mes pasado, el propio Efrén iba manejando en una carretera de los Estados Unidos cuando de repente aquel aroma de gardenias que percibió por primera vez en Acapulco, volvió a aparecer. No habían transcurrido ni tres minutos cuando chocó de frente con un trailer que invadió su carril. El resultado es de todos conocido, aunque salvó la vida perdió el brazo izquierdo.
En un artículo publicado en 1993, el escritor Ignacio Solares decía: “El doctor José Antonio Elizondo, que hizo el prólogo de mi libro ‘Delirium Tremens’ me permitió asistir a la comprobación de un caso de telepatía en el Centro Médico, me decía que es sobre todo en algún medio ‘profundamente irracional’ en donde más fácilmente pueden aparecer fenómenos paranormales”.
“Las corridas de toros no podían ser una excepción, ya que una de sus mayores virtudes es, precisamente, la irracionalidad. ‘¿Usted piensa el pase antes de darlo?’ le preguntaron alguna ocasión a Juan Belmonte, y respondió ‘Si lo pensara no lo daba y mejor salía corriendo. A mi el toreo me sale de aquí’, y con el puño se golpeó el pecho a la altura del corazón”.
¿Realidad o mito? Hoy aquí en OVACIONES hemos querido hacer un breve recuento de algunos sucesos que se prestan a la discusión.
MIGUEL FREG
Torero mexicano que viajó a España a probar fortuna, Miguel Freg tuvo una horrible pesadilla que le hizo despertar sobresaltado la mañana del 12 de julio de 1914, esa tarde actuaría en la vieja plaza de Madrid.
“Soñé que un toro castaño me mataba esta tarde”, le dijo a su hermano Alfredo con el que compartía una modesta vivienda. “Un mal sueño, nada más”, acordaron.
Poco más tarde, los gritos aterradores que se oían en la calle les obligaron a asomarse al balcón sólo para ver a una mujer envuelta en llamas que había decidido quitarse la vida de esa manera.
“Mala señal”, pensaron. Pero estaban decididos a presentarse a las pocas horas en la plaza.
Ya iban para el coso taurino cuando un aficionado, con mal tino, les contó lo que había sucedido en ese mismo escenario durante el festival que se celebró por la mañana. Una espada de descabellar voló al tendido e hirió de muerte a un aficionado.
Miguel Freg, tal ves sugestionado, pero decidido, cumplió y se presentó a torear. Por su propio pie entró al ruedo, pero no salió de la misma manera pues el toro “Saltador” le asestó una mortal cornada en el cuello.
JOSÉ “EL GALLO”
Uno de los toreros más grandes que registra la historia es José Gómez Ortega “Joselito el Gallo”. Decían que ningún toro lo podía herir.
Anunciado para torear en la plaza española de Talavera de la Reina, en 1920, Joselito tomó el tren que lo llevaría al festejo, pero aprovechando una escala, bajó a comprar viandas en compañía de su hermano Fernando.
Justo después de pagar, chocó con una persona y se hizo de palabras. Aunque la cosa no pasó a mayores, aquel extraño le dijo a lo lejos, cuando el tren retomó el camino: “Ojalá que te mate un toro”.
La historia es conocida. Salió el astado “Bailaor” de la Viuda de Ortega que le pegó una grave cornada en el vientre, percance que le quitó a los aficionados a uno de sus toreros más queridos e idolatrados.
Apropósito de “El Gallo”. Varios medios de la época dieron cuenta de un extraño suceso que le ocurrió a Enrique Berenguer “Blanquet”, banderillero de confianza del “Gallo”, quien antes del percance comenzó a percibir un extraño olor a cera, a vela quemada. Pocos minutos después aconteció el fatídico percance.
Dos años después de lo de José, el mismo “Blanquet” percibió de nueva cuenta ese peculiar olor. En el ruedo estaba el toro “Poca Pena” y listo para enfrentarlo Manuel Granero, quien sufrió una de las más dantescas cornadas que se tienen registradas.
Ya a las órdenes de Ignacio Sánchez Mejías, este subalterno percibió desde antes de la corrida el aroma que ya le aterraba. Así se lo hizo saber a su matador, quien no atendió las súplicas del banderillero que le pedía que no toreara aquel día de agosto de 1926.
La corrida transcurrió de manera normal y los tres diestros del cartel resultaron ilesos. Sin embargo, en el tren de regreso a su lugar de origen, “Blanquet” cayó fulminado de un infarto del que no se pudo levantar. Dicen que lo que presintió aquel día fue su propia muerte.
EL HOMBRE DE GRIS QUE VEÍA “MANOLETE”
Uno de los diestros más representativos del “Arte de Cúchares” es Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete”, quien encontró la muerte en la plaza española de Linares luego de ser herido por el toro “Islero” de la tristemente célebre ganadería de Miura en 1947.
Cuentan muchas personas que meses antes del trágico acontecimiento, “El Monstruo de Córdoba” veía en los tendidos a un hombre de gris, de triste aspecto y poca personalidad que tarde a tarde lo increpaba.
Varias veces, “Manolete” preguntó a compañeros de cartel así como a subalternos sobre la presencia de ese extraño personaje, pero nadie pudo darle razón, pues jamás le vieron.
Juan Soto en su libro “Manolete”, retoma una declaración de Francisco Hidalgo, encargado de tocar el clarín con el que se pondría en marcha el festejo. “No, señor, no sonó el clarín aquel día de una forma normal. A mi me sonó de muy distinta forma. Me salió de otra manera el aire. Me suponía que algo iba a pasar. Puede ser una superstición, pero así ocurrió aquella tarde”.
CARTELES MALDITOS
Septiembre 26 de 1984. En la plaza cordobesa de Pozoblanco se anunció un cartel de lujo con Francisco Rivera “Paquirri”, José Cubero “Yiyo” y Vicente Ruiz “El Soro”, con toros de Sayalero y Bandrés.
A “Paquirri”, esposo de Isabel Pantoja, le correspondió el toro “Avispao” que le pegó una cornada mortal. Aquel día, las cámaras de televisión dieron cuenta del valor espartano del torero herido, quien le decía al médico cómo operarlo.
Un año después, el 30 de agosto de 1985, “El Yiyo” toreó en el coso español de Colmenar Viejo, donde el toro “Burlero” de Marcos Núñez, le partió en dos el corazón al momento de la suerte suprema.
El tercer espada de aquel cartel, “El Soro” sufrió un grave percance mientras actuaba en Sevilla tras el cual jamás pudo volver a torear.
Aquí en México hubo un cartel que también fue perseguido por el mal fario. Se trata del celebrado en El Toreo de la Condesa en 1940, cuando perdió la vida Alberto Balderas, pues compartió cartel con José González “Carnicerito de México”, quien encontró la muerte en Portugal en 1947 como consecuencia de las cornadas que le infirió el toro “Sombrereiro” en la plaza lusitana de Vila Vicosa.
UNA CORNADA ANUNCIADA
Uno de los toreros más queridos del público mexicano es el “Coloso de Tula”, Jorge Gutiérrez, hoy retirado, quien tuvo una especie de “aviso” de lo que le ocurriría por la tarde en la Plaza México.
Resulta que aquella mañana de domingo, Jorge estaba nervioso, de malas. Empezando por el hecho que llegó a un hotel diferente al que habitualmente arribaba cuando toreaba en la México.
Las personas cercanas a él recuerdan que estaba irritable.
Llegó la hora de vestirse de torero y el enojo fue mayúsculo cuando vio que la taleguilla tenía una gota de sangre. Le reclamó a su mozo de espadas, quien le hizo notar que aquel terno era nuevo y no tenía porque estar sucio.
El hidalguense se percató de que, efectivamente, el terno era de estreno y que la gota era de su propia sangre pues con el metal se había hecho una pequeña herida en el dedo y de esa manera manchó su vestido.
Aquella tarde sufrió una de las cornadas más graves de su carrera, misma que le infirió el toro “Berrinches” de la ganadería de Garfias.
Pero, ¿y aquella gota de sangre? Es Jesús Martínez, quien fuera mozo de espadas de Gutiérrez, quien habla al respecto: “En la enfermería fui yo quien le quitó la taleguilla a Jorge. Fue algo muy curioso pues no creas que la taleguilla tenía un boquetote, no para nada. Era apenas un hoyito, justo donde a la hora de vestirse había caído la gota de sangre”.
“Fue una coincidencia, no más. Esa fue una de las cornadas más graves que sufrió mi torero. Pero de hecho el resto importancia a esta coincidencia, nada de supersticiones ni cosas por el estilo. Es más, muchas veces se puso ese vestido sin ningún temor”.
“LO QUE TENÌA QUE PASAR”
El 7 de marzo de 2006, OVACIONES publicó en su página 31 una entrevista con el diestro regiomontano Enrique Espinoza “El Cuate”, quien fue herido en la Plaza México.
Aquí, la parte medular de dicho trabajo periodístico: “Ya pasó lo que tenía que pasar. Antes de viajar a la capital les dejé mucha comida a mis peces. Les puse bastante alimento, incluso un amigo, con el que rento el departamento, me dijo ‘¿no es mucha comida?’ y le dije que era por si no volvía pronto”.
“El día del festejo pensé en llevarme un pantalón de pants del mismo color del terno, porque sentía algo raro, como si la taleguilla se fuera a romper, pero no atendí a mis instintos”.
“Y bueno, yo sabía que sería una tarde de orejas o cornada, aunque intuí la cornada porque Brito, la ganadería, suele salir complicada, pero aquí estoy, no me quejo y espero salir pronto para volver a torear”.
ARROYO Y LA CAMILLA
El matador de toros José Rubén Arroyo, hombre de profunda religiosidad recuerda su debut como novillero en la Plaza México la tarde del 16 de agosto de 1997.
Aquel día había gran expectación por verle, pues llegaba precedido de importantes triunfos.
Arribó convaleciente al coso grande pues en provincia había sufrido una cornada.
Antes del festejo, el doctor Rafael Vázquez Bayod, lo revisó en la enfermería de la plaza, que por cierto, está a desnivel.
José Rubén se sentó en la camilla. Mientras era evaluado, el peso del torero hizo que la camilla se deslizara dentro de la enfermería justo al área de quirófano.
Arroyo no le hizo caso a este suceso y una vez evaluado hizo el paseíllo.
Y el torero poblano, recuerda: “Jamás me imaginé que poco después regresaría a la enfermería con una cornada en la pantorrilla. Cuando recordé que la camilla se deslizó hasta el quirófano tuve la rara sensación de que algo me dijo por adelantado que sería operado en ese lugar”.
Coincidencia o no, este tema da mucho de qué hablar. Y es que los toreros están en riesgo constante de perder la vida. Por eso es que muchos tratan de buscar apoyo en la religión; otros tantos adquieren supersticiones como esa de voltear la montera cuando la avientan a la arena y cae con los machos para arriba, pues la montera así semeja un ataúd, abierto y vacío, que espera a su próximo ocupante.
Más vale, para no tentar a lo desconocido, ponerla con los machos para abajo y echarle encima un puñito de arena. Quien quita y eso evite un trago amargo.
OVACIONES
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