29 noviembre 2011

El Relicario, 23 años de vida

 lunes, 28 de noviembre de 2011

  • ALCALINO 
1988 fue el año en que se cayó el sistema. Lo precedieron el sismo del 19 de septiembre, la hiperinflación del 87 y varios gestos inolvidables de Diego Maradona en el mundial México 86, jugado bajo los ecos del grito “no queremos goles, queremos frijoles”.
No se llenaban los estadios, pero las  plazas de toros sí. La México, paralizada por las disputas de un Alfonso Gaona senecto con el regente Rodrigo Aguirre, daba menos festejos que nunca, pero los cosos fuertes de provincia (Guadalajara, Monterrey, Aguascalientes, Tijuana...) no alteraron la buena inercia de sus temporadas, y la capital se vio de pronto sitiada por un cinturón de plazas portátiles –Ecatepec, Tultitlán, Xalostoc, Texcoco...– donde figuras y emergentes se daban vuelo con ganado generalmente a modo. Ni eso ni la debacle económica parecían afectar en los mexicanos las ganas de ver toros y corear olés. 

La génesis
En Puebla, en el área de la feria, se instaba cada año una portátil. La serie de 1988, a plaza llena, resultó especialmente lucida. La organizó un joven empresario cafetalero, José Ángel López Lima, sin antecedentes taurinos pero con una afición desbordante. Tlaxcalteca de origen, el año anterior había manejado varias ferias taurinas en la región, y cuando llegó a Puebla y notó la avidez de toros que se respiraba, tuvo claro que unas cuantas corridas al año en coso desmontable eran poca cosa para esta ciudad.
Así nació en su constructor la idea de erigir El Relicario, y en pocos meses la concretó. Esa prisa por construir hizo que renunciara incluso a la propiedad del coso: a cambio, le solicitó al gobierno del estado, en cuyos terrenos se asentaría, una concesión para explotarlo durante cuatro años. Error del que con el tiempo se habría de arrepentir.

Panorama taurino en México

En la capital, las temporadas grandes estaban ya reducidas a su mínima expresión cuando la de 1988, limitada a dos festejos, concluyó con el abrupto cierre de la Monumental, Gaona tirando el arpa y un incierto futuro por delante. El retorno de los veteranos Martínez y Cavazos denunciaba la tibieza de Miguel Espinosa y Jorge Gutiérrez, buenos toreros sin duda pero incapaces de tomar las riendas de la fiesta en el país. Aun así, los carteles fuertes los nutría una interesante baraja de diestros nacionales sin otro lujo foráneo que el Capea, todo un ídolo a esas alturas.

Estreno y destino
Al planear la temporada inaugural de la nueva plaza, López Lima decidió presentar, al lado de las principales figuras mexicanas, a dos jóvenes iberos inéditos en México: el madrileño José Miguel Arroyo “Joselito” y el levantino Vicente Ruiz “El Soro”. Fue precisamente éste uno de los integrantes de la terna inaugural, el sábado 19 de noviembre de 1988: toros de Reyes Huerta para David Silveti, Jorge Gutiérrez y El Soro. David le cortó al abreplaza “Fundador” la primera oreja, repitió triunfo con el encastado 4º (“Toda una vida”, un cinqueño que murió con la boca cerrada) y se llevó por amplio margen una tarde en que Jorge cargó con el lote malo y el debutante hispano desperdició a “Cochero”, el mejor de un buen encierro reyehuertino.
Al día siguiente, con astados de Garfias, Joselito se presentó con un triunfo y Manolo cortó su última oreja en Puebla. La serie inaugural constó de siete corridas y una novillada y se prolongaría hasta el 4 de febrero, cuando el mano a mano Cavazos–Joselito la cerró. Aunque los ocho festejos se dieron a plaza llena, la empresa pagó su novatez dejando las mayores ganancias en el bolsillo de los taurinos, a quienes no importó colar más de una vez reses impresentables, especialmente cuando actuaban Eloy, Curro y Miguel. Pero hubo bastantes hechos dignos de mención, como la gran corrida de Xajay en Año Nuevo (El Soro indultó a “Campanero”), el faenón de Joselito a “Pirulero” de Montecristo y sobresalientes actuaciones de Jorge, Manolo Arruza y el novillero Ángel García “El Chaval”.

Entre el cielo y el infierno
Pronto se situó El Relicario entre las principales plazas de los estados. Los 90 fueron años en que el público poblano, a fuerza de ver toros (17 festejos en 1993, 23 en 94 y ferias de ocho corridas en 92 y de nueve en 99) se fue curtiendo y enseñando a exigir. Triunfar en Puebla daba categoría a un torero. ¿Cuándo se fue al traste todo eso?
Entre 1989 y 2004, aún con altibajos, vimos lidiarse toros muy bravos y encierros imponentes de Huichapan, Tenexac, Coyotepec, El Junco, Martínez Ancira, Xajay, Claudio Huerta, El Batán, Campo Alegre, Los Encinos e incluso Reyes Huerta. Y faenas notables de Arruza, Gutiérrez, Gilio, David y Alejandro Silveti, Mariano Ramos, Ochoa, El Zapata, Del Olmo, Pizarro, Jerónimo, Zotoluco y Rafael Ortega y, entre los foráneos, de Joselito, El Juli y Hermoso de Mendoza. Un flujo que se interrumpiría definitivamente en 2005, al perder la plaza López Lima y suspender el gobierno las licitaciones, que defectuosas y todo de algo habían servido.
Ni cualitativa ni cuantitativamente hay comparación posible entre lo ocurrido antes y después de tan desafortunada decisión gubernamental. Los 24 festejos de 2003 y los 21 de 2004 se redujeron a nueve en 2006 y 11 en 2007 y 08... El presente año, con poco apoyo de arriba, se llevan celebrados siete festejos. Y nadie se acordó de conmemorar el aniversario con una buena corrida.
Corren, pues, tiempos difíciles, con el toro desplazado por el becerrote y el toreo por los alardes circenses. Y un público que todo lo acepta. Y una autoridad que permite y premia todo. La empresa actual está haciendo su trabajo, pero rescatar la fiesta de ese pozo no es tarea fácil. Y formar una verdadera afición, que aúne entusiasmo a sensibilidad y sentido crítico, menos aún.

Otro fiasco
La empresa de la México sigue haciendo lo posible por ahuyentar a la gente, no vaya a ser que repita la magnífica entrada que enmarcó la tercera corrida. Así que la esperanzada multitud se vio burlada una vez más por quienes se empeñan en presentar cabras anémicas por toros de lidia. Y ahora ni los obsequios funcionaron, frustrándose la presunta esplendidez tanto de un Castella en versión tristona como de Juan Pablo Sánchez, que había cuajado faena pero matado mal al 6º, el único potable de la infame mansada de Bernaldo de Quirós.
Fue este confirmante hidrocálido quien mejores sensaciones dejó, pues la oreja que cortó El Payo se la protestaron hasta decir basta, a tono con la inconsistencia de la faena, valerosa pero tremendamente desigual, que le hizo a “Labrador”, 3º cornudo del detestable encierro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tus comentarios a esta entrada