foto Edmundo TOCA |
- Por Oscar Mejía.
En la vida para lograr lo
que se desea se deben reunir, dirigidos a un objetivo ciertamente determinado, tres elementos: poder, saber y querer; no debe faltar ninguno cuando se
emprende una misión como la que se ha encomendado Diego Silveti el mismo.
Diego puede, Diego sabe y ayer dio muestra amplia de que quiere ser rey.
Diego se ha propuesto y
esto queda cada día más claro alcanzar cuando menos las alturas del que en vida
fuera el rey de la torería y también padre suyo.
Está determinado a ocupar el
trono que dejara vacío David.
La actuación de Silveti fue un generoso desparrame de torerismo, de torería en su concepto
más puro, sin concesiones.
Se ha pegado un arrimón impresionante, no se puede
decir que fue lo que puso de pié al tendido, si las gaoneras bellas de tan perfectas, la
bernardinas o esas saltilleras de alamares
en los pitones.
Fue todo, fue una pieza toda de momentos brillantes que conquistó a la
audiencia y con una gran sonrisa entró por la puerta del cariño al ánimo del
aficionado a esta fiesta, que viendo al príncipe que quiere ser rey se
justifica como la más bella.
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