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DICIEMBRE DEL 1012
- Por José Caro
JUAN
JOSÉ PADILLA EXTENDIÓ EL MAR DEL TOREO CON SU VALOR, Y LE PUSO VOZ A LAS OLAS
CON SU AFICIÓN…..
……y
le ha puesto, con su actitud de redoblada alerta, flama y calor al incendio
espiritual del toreo.
A
cualquier taurino de mediana comprensión de la Fiesta moderna Juan José Padilla
ya no les es indiferente. Es más: en los aires figurados del romanticismo se le
identifica ya como el último referente de los grandes héroes cuya abundancia y
derroche desafiante de valor y afición los “glorifica”.
Lo
tosco y grosero del drama bestial de su percance, cavernícola vulgaridad
estética con acento primitivo de martirio y crucifixión, habiendo teñido las
alas del diestro con la tinta sangre de su indomable corazón, le da a su imagen
un aire singular de patética santidad taurina.
Y
los ojos asombrados de quienes le miran no pueden ocultar su pesar pues,
desorbitados, parecen decir: ¡El Ciclón
de Jerez tuerto!
Cierto
es, y como tal se considera: al hacerse el distinguido personaje presente en
Aguascalientes, las campanas jubilosas repiquetearon en las torres de los
templos del corazón de la entusiasta afición
que, en volúmenes cercanos a la muchedumbre, con los brazos abiertos fue
a recibirle, atenderle y patentizarle su
admiración y respeto.
Así
es Aguascalientes (y vale la pena destacarlo): como ser social sabe entregarse
a plenitud a los toreros que dejan la huella de su esencia. Acción lógica desde
cualquier punto de vita toda vez que, quién sino la de Aguascalientes, es la
comunidad taurina más capacitada para valorar humanamente el altísimo
precio de la nobilísima vocación
–afición- torera de Padilla.
El
taurino local –y el humano- saben que, acaso junto a José Tomás, también
pontificado por la resurrección que le impidió ser aprisionado -¡por Dios,
cuánta vulgaridad!- en la estrechez de una tumba, Juan José Padilla, guerrero
entre los gurreros, se ha convertido en un lazo que estrecha más la intimidad
del torero con la comunidad que los respeta, admira y venera como íconos de la
torería –ejemplar- moderna.
Lo
hecho por Padilla –lección de vida- está en la proximidad de convertirse en un
clásico histórico de la Fiesta de toros moderna. Y es que la idea y concepto
del jerezano no es una mera representación estática, sino que es una energía
inmensa de su propia fecundidad. Ante él –Padilla- no queda sino aborrecer,
siguiendo los lineamientos directrices del padrón psicológico del taurino
auténtico, el mundo de falsedades y apariencias que explotan quienes, al primer
rasguño, claman piedad y socorro.
Bienvenido
sea a esta tierra. Pues bienvenidos son los diestros que, despojando al toreo
de ciertas deformidades inherentes, lo iluminan tan intensamente en el apartado del drama y la emoción que sus
perfiles sobresalen por su pureza y autenticidad. Cuando el ejercicio de la
tauromaquia eleva a rango superior al valor y a la afición, no puede producir
sino verdadera conmoción.
En
resumidas cuentas no queda sino reconocer que ante toreros como José Tomás, y
Juan José Padilla- casos extremos- el buen aficionado se convierte en
admirador, y promotor inclusive, de los toreros que tienen una íntima relación
con el Creador Sublime que permitió la nacencia de tan milagrosa manifestación
artística.
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