03 enero 2016

¿La Fiesta en Paz?

¿La Fiesta en Paz?
La increíble historia de la nueva pila bautismal del Cecetla y sus aturdidos oficiantes
  • Leonardo Páez
I
ncansable, el Cecetla (Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje), antes Plaza México, ha conseguido otra medalla además de las acumuladas a lo largo de la temporada como grande 2015-16, vigesimosegunda que consigue organizar como abanderado de la autorregulación y estratega de las complicidades, aunque luego los publicronistas se asombren de que la gente ya no va a la plaza.
La nueva medalla se la adjudicaron los cecetlos luego de que en la décima corrida, con un disparejo y descastado encierro de la otrora prestigiada ganadería de La Punta, el sexto ejemplar de la tarde, que en el sorteo recibió el bonito nombre de Arte, al salir por la puerta de toriles en la pizarra apareció el altisonante apelativo de Juezpen, sufijo que pudo interpretarse como penoso, penetrante, pensionado, pendenciero o, de plano, pendejo, ese popular calificativo que no conoce géneros, nacionalidades, oficios, jerarquías ni edades, sinónimo de tonto, estúpido, inepto, cobarde o pusilánime.
A los dos días, la sociedad propietaria de la dehesa de La Punta se deslindó de cualquier responsabilidad por dicha anomalía, señalando que esa sociedad es un grupo de gente honorable y respetuosa e incapaz de cometer una falta de esa magnitud, que ama la fiesta de los toros, los cuales (sic) están dispuestos a comparecer a cualquier investigación que las autoridades correspondientes de la delegación Benito Juárez considere pertinentes.
Salvo esa aclaración, ni las autoridades del Distrito Federal ni de la citada delegación –delegado, juez de plaza, asesor técnico, inspector autoridad o dizque juez de callejón y dos auxiliares– ni la fantasmal Comisión Taurina del DF como órgano de consulta y apoyo del ataurino jefe de Gobierno, ni mucho menos la intocable empresa de la Plaza México hoy Cecetla, nadie se ha atrevido a emitir un comunicado que explicara y responsabilizara de la pila bautismal de este templo erigido en honor del amateurismo y la impunidad.
Como en toda transgresión hay que preguntar: ¿a quién benefició este nuevo numerito en la sede vitalicia del Cecetla?, la añeja, estrecha y opaca relación entre éste y la delegación Benito Juárez, ¿no permitía otras formas de censura al desempeño del juez?, ¿alguna autoridad se atreverá a cumplir con su obligación?, si la empresa es inocente, ¿por qué no da una explicación?, y la única duda que aquí podemos aclarar: ¿a qué obedeció esta enésima puerilidad?
Hará unos tres lustros o 15 años, los jueces de plaza del hoy Cecetla, en teoría nombrados por el jefe del Gobierno capitalino y con el supuesto respaldo de este, comprobaron su indefensión por partida doble: por un lado, el gobierno en turno –escoja partido– decidió desentenderse de vigilar la observancia del reglamento taurino y preservar y fortalecer una tradición en la ciudad con casi medio milenio o 500 años de antigüedad como expresión cultural e identitaria, por así convenir a sus intereses político-electoreros globalizonzos, y por el otro, los poderosos promotores de la plazota decidieron –el poder no pregunta, actúa, aunque lo sustente su ineptitud– que ellos eran los únicos propietarios de esa tradición ya que arriesgaban su dinero para mantenerla vigente, así fuese en prolongada agonía.
El resultado fue salomónico, así se llevara entre las patas de bóvidos y homínidos la vocación tauromáquica de México: los jueces y la delegación llevan la fiesta en paz, sin tomarse muy en serio su papel. Por eso, cuando a uno de esos dóciles jueces se le ocurrió imponer su disparejo criterio a la hora de otorgar y negar una oreja a un importado y a un nacional, alguien decidió castigarlo. Feliz año, etcétera.

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