EL PANA DESDE EN ‘DENATES
ESTABA PALMADO
se cierra el telón... |
Como
imaginar a un morenazo corrioso, de
brillosos hilos de plata y destellos de azabache, con más cuerda que un
cilindro en alameda, al que no le paraba la lengua ni pa’ dormir, al que la ‘cacahuata’ le burbujea con más ingenio que aun brujo,
girito como cuello de jirafa, elegante cuando la gala lo ameritaba, pinturero
pa’ la foto, coqueto como clavel en ojal, fumador como chacuaco, malabarista de
las palabras, echador como gitano, mercadólogo como pocos, dominador como el
póker, irónico como él mismo, sarcástico por convicción, irrespetuoso de
coraza, ágil pa’ acariciar la mano, ese fue el personaje que Rodolfo Rodríguez
González, había inventado y al que le remojo la molleja con el mote de El Pana,
que en realidad eran uno mismo.
El
que desde el día de apertura del mes de mayo en territorio duranguense quedo reducido a la
mínima expresión o lo que es lo mismo, esa tarde se palmó aunque de inmediato
no se metiera al estuche mortuorio, parecería como si le debiera a la vida o como si fuese un
pecador que tenía que pagar penitencia, y la existencia se ensaño con lo que quedaba de El Pana, al
son de las más crudas de las maldades, el sufrimiento, el dolor, la
desesperanza, la ira, la tristeza, la locura y hasta la lástima.
Ese
ser humano el que era ducho pa’ muchas faenas, menos pa’ torear, pues la lógica decía que eso era imposible
con los años que se cargaba sobre el lomo, so pena de lo que sucedió, quedó
postrado, anclado, fundido, enterrado irremediablemente sin oportunidad, sin
esperanza, sin un ápice de mejoría en la cama de piedra, que en realidad era
una lápida del tiempo, en la que el toreador de Apizaco yacía incólume, lleno de llagas, desmembrado,
desarticulado, descuajeringado, sin sostén en el esqueleto, con un artefacto
manteniéndole rígido el cuello, sin movimientos en los remos, ni en las abrazaduras,
donde solo sentía la insensibilidad, sin el conducto respiratorio,en función
natural y en cambio perforadoe incrustado con un tubo grueso pa’ que mecánicamente le pasaran corriente oxigenada,con lo que con ello
implicaba que es lo mismo que si le obstruyeran las fosas nasales sintiendo
todo el tiempo que se ahogaba, en otra parte de lo que fue su coraza le
hicieron otro agujero y por ahí le metieron una tripa de plástico pa’ proveerlo
de energía, lo que antes, él por sí mismo y a su gusto hacía mediante sabrosos
alimentos que disfrutaba a sus anchas, su
regaderazo y el gozoso vaporcitose le convirtieron en el desliz de una esponja
inerte, su rasurada de la galanura por si llegaba la caricia, vaya usted a
saber que fue de ella, la refrescante agua de colonia española con la que se
roseaba, chupo faros, de hacer de las
aguas y de lo otro ya ni hablamos, todo ello con la impotencia de no poder
expresarse y si cavilando mientras con un diálogo de mirada extraviada, y
parpadear sin ritmo con el solo apuntar al techo sin encontrar respuesta.
Ese
no estar, ese martirio, ese sacrificio, ese delirio, ese infierno en el que
solo lo acompañaban los demonios satánicos con sus colas de lucifer, era el
dantesco albero en el que El Pana moría sin morir, tal vez alentado por quienes
en un ejercicio, costumbrismo, inercia, aliento o vaya usted a saber porque
incomprensible razón, pujaban porque El Pana siguiera sufriendo, siguiera
padeciendo, siguiera atormentándose, siguiera mancillándose, y los ánimos
seguían y seguían ‘Fuerza Pana’ danos alimento pa’ estar presentes, sin que
pensaran que a este mundo se llega encuerado con un corazón motor y con unos
pulmones ventiladores y cuando ya no se tiene ni percha, cuando ya el motor
apenitas respinga sin producir chispa y cuando ya el ventilador no sopla ni pa’
un carajo, es porque todo se acabó.
El
Pana desde aquel instante de la elevada y la caída, supo que tenía menos posibilidades de seguir volando
que el Ángel de la Independencia y sí en cambio hoy es refrendo presente de una
leyenda que él mismo se encargó de construirse antes que el destino lo
alcanzara y hoy lo alcanzó, la muerte no tiene futuro, se
cierra el telón, se apaga la luz y todo se acabó a los acordes de ese réquiem que reza… ‘El tiempo jamás
perdona’.
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