21 agosto 2008

12 años sin Manolo



Manolo hizo posible que se multiplicaran las tardes de toros...


Por Paco Prieto

(20-Ago-2008).-

El 16 de agosto se cumplieron 12 años del fallecimiento de Manuel Martínez Ancira. Si es una presencia permanente en las generaciones que lo vieron torear, lo es no sólo por su personalidad diferenciada, por la pasión que comunicaba, porque realizó algunas de las faenas mayores en la Plaza México: Aceituno y Gotita de Miel, acaso, las mejores en lo que toca al desempeño del "monstruo" regiomontano (recuérdese que monstruo significa prodigio). También es una presencia porque los aficionados experimentamos un vacío dado el vaciamiento de las plazas en el ocaso -quiera Dios que no- del ritual taurino.

En realidad, Manolo, junto con sus compañeros de generación Cavazos, Rivera, Lomelín y Ramos, ¡vaya quinteto! constituye un parteaguas entre dos generaciones que dejaron una huella indeleble en el toreo de México. Precedido por Juan Silveti Reynoso, Calesero, Manuel Capetillo, Jesús Córdoba, Rafael Rodríguez, José Huerta, El Callao, Alfredo Leal, ¡qué deslumbrante diversidad!, la generación de Manolo conoció la rivalidad en una sucesión gloriosa: Miguel Espinosa, David Silveti, Jorge Gutiérrez... Después se impone hablar de intersticios de luz en medio del polvo de antiguos lodos atribuibles, en una medida importante, al imperio de Martínez.

Me explico: Manolo Martínez hizo posible que se multiplicaran las tardes de toros en México, y esto trajo el conformismo en los toreros mexicanos. Este conformismo se traduce en la carencia de necesidad de viajar a España. ¿Para qué, si en casa había casi el mismo dinero aunque con menos riesgo? Sí, es cierto, sólo que en España seguía existiendo la presión, la competencia feroz entre los toreros, la dificultad de estar vigente y la necesidad de enfrentar no pocas veces ganaderías temibles. Sin presión se viene la decadencia, o sea, la dejadez, la mínima necesidad de superarse, el acomodo, la rutina. En México las figuras, a ejemplo de Manolo, dejaron de lado las ganaderías de Tlaxcala y pugnaron por la homogeneización del toro de lidia hasta quedarnos reducidos, prácticamente, al encaste único.

El mismo Martínez, en su primera década tan variado y verdadero con el capote -verónicas, chicuelinas, gaoneras llenas de exposición y de elegancia- se volvió rutinario, olvidó la verónica, se quedó con la chicuelina de puras manos bajas y suprimió las gaoneras, en tanto que como muletero aprovechó la nobleza bobalicona con frecuencia, de las bestias que enfrentaba, para regodearse templando lentamente las embestidas y aliviándose sistemáticamente, sacando al toro de cacho al rematar. Pero si el peligro se ausenta, la fiesta se desnaturaliza, y como las creencias son duraderas y tercas, uno no se da cuenta de que asistir a los toros se va tornando prescindible. Uno no se da cuenta hasta un día... Este en el que estamos que nos obliga a plantearnos el camino para un renacimiento, improbable, aunque no imposible, de las corridas de toros.

pprieto@reforma.com


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