Con cartel prometedor y halo melancólico, la Plaza México celebró los 60 años de la ganadería de Javier García
Con un terno verde botella y pasamanería, Jerónimo hizo recordar al 'Compadre' con esos pases de derecha y el quite por chicuelinas (Foto: Notimex )
Fidel Samaniego
El Universal
Ciudad de México Lunes 13 de octubre de 2008
08:35
fidel.samaniego@eluniversal.com.mx
Partió plaza lentamente, con garbo. Miró al cielo y luego a la izquierda, hacia la puerta de picadores. Ahí, hace 30 años, un toro mató a su padre. Fue en una tarde lluviosa. El animal brincó al callejón, el hombre trató de correr, resbaló y recibió la cornada.
Ayer, Federico Domínguez Gamusita estaba en la misma plaza, envuelto por el recuerdo. Vestía la filipina y el pantalón de tela delgada. Cubría su cabeza con la gorra en la que lleva la dedicatoria y el autógrafo de Rafael de Paula.
Federico, como su padre Rafael Domínguez Gamusa, quiso ser matador de toros. No pudo. Pero como si lo fuera en su oficio de monosabio, vive y vibra cada tarde de domingo cuando suena el clarín para el paseíllo.
Y ese hombre, como la mayoría de los aficionados, como aquellos que gustan de lo que tiene aroma, sentimiento, festejaron a Jerónimo y sus derechazos lentos, templados y con profundidad a 60 años, un cárdeno claro bragado de la ganadería de Javier García, que cumple precisamente seis décadas de haber sido fundada.
Ya se había retirado Jerónimo. Se alejó de los ruedos un tiempo. Parecía que quedaría en una promesa frustrada, una más. Pero decidió regresar. Y ayer, en la Plaza México mostró, compartió lo que lleva dentro, el estilo, la forma de interpretar, las verónicas, las chicuelinas, los trincherazos y los muletazos con la derecha que saben a licor añejo, que de algún modo hacen recordar a aquel inmortal faraón, compadre, Tormento de las Mujeres, Silverio.
Una oreja cortó el reaparecido y revitalizado Jerónimo. Fue al quinto de la tarde, el que sobresalió, o destacó, de un encierro que en general dejó mucho que desear. Sus hermanos, los otros astados fueron sosos, inciertos, poco dignos del cumpleaños de una ganadería que llegó a ser de las que estaban en la cumbre.
Una tarde en la que el inicio de la corrida olía a tabaco puro, y vientos de antaño. Había sol y buen ánimo entre los aficionados. El cartel ciertamente prometía. Y hubo motivos para saborear los detalles, las ganas de ser y diversos lances de buena clase.
Otro reaparecido fue José Luis Angelino. Voluntarioso en sus dos toros. Al primero le sacó los pases con esfuerzo y coraje. Del segundo sacó un fuerte golpe y los aplausos del público.
Israel Téllez parece más asentado. Trató de agradar. Tuvo momentos brillantes. Entre la lluvia que apareció a la mitad de la corrida, el toro que cerraba plaza lo prendió. Con un torniquete cerca de la ingle culminó su faena.
Ya entre la oscuridad, empapado, Gamusita miraba nuevamente hacia el lugar en el que hace 30 años un toro mató a su padre.
jpe
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