- Escrito por Antonio Guerra
diciembre de 2009
El Parlamento catalán ha aprobado una iniciativa legislativa con vistas a prohibir las corridas en Cataluña. Tal medida se cree que es la peor cornada que se les podía dar a los toros, porque la celebración de las corridas, lejos de atentar contra el ganado de lidia como se quiere hacer ver, creo que precisamente lo que hace es contribuir a la existencia del toro de raza brava y a mejorar sus condiciones de vida.
Y eso lo entiendo así, porque si no fuera por la celebración de las fiestas taurinas la raza brava se extinguiría y ni siquiera existiría, ya que su crianza hasta poder formar una ganadería cuesta un dineral que nadie afrontaría si no fuera porque su coste sólo resulta rentable por la celebración de las corridas. Luego entonces, paradójicamente, la muerte de los toros en la plaza es lo único que hace posible que estos animales de lidia vivan un mínimo de cuatro años, como raza privilegiada sobre otras muchas especies, porque un toro bravo se cuida y se mima desde que está en el vientre de la madre hasta el mismo día en que muere, no ya sólo en cuanto a buena comida, sino también criándolo con especial delicadeza en un hábitad adecuado en el que logre desarrollar unas facultades físicas de fuerza y resistencia y unas condiciones sanas de vida, en plena libertad, en un entorno ecológico y medioambiental puro y sano, para que pueda tener la mejor preparación de cara a la lidia.
En el libro “Los toros ante la iglesia y la moral”, del padre Pereda, se pregunta con ironía qué dirían los toros si hablaran, si querer vivir unos años más de vida humillante, como bueyes explotados y uncidos a un yunque para tirar de un arado o de un carro como animal de carga esclavizado, con la vista apagada, con triste rumiar, con paso cansino y muriendo al final indefenso de un puntillazo amarrado en un matadero; o si no se le destina a la lidia, ser sacrificado como ternero antes de los dos años para saciar la voracidad de los que tanto se horrorizan porque los toros hechos mueran en la plaza; o, por el contrario, si prefieren vivir cuatro años como reyes de la dehesa, comiendo a todo placer y en salvaje libertad, para morir peleando en el ruedo tras sólo 15 ó 20 minutos de lucha de igual a igual con el torero que también se juega la vida ante el toro, que incluso puede ser indultado y dejado como semental si es en la lidia da muestras de su acreditada bravura.
Pero como nadie está en posesión de toda la verdad, la debida consideración hacia la opinión de los demás me lleva a pensar que la posición de los antitaurinos puede ser muy legítima, respetable y respetada en la medida en que igualmente lo sea la de quienes pensamos lo contrario, ya que se trata de una cuestión opinable y cada opinión, como producto del humano entendimiento, es perfectamente defendible, sobre todo, si se hace educadamente y con el debido respeto que es dado mantener entre personas civilizadas, máxime si la finalidad perseguida por muchos de los antitaurinos es la protección de verdad de los animales, de la que yo mismo soy seguro defensor. Pero lo que no gusta a unos, no se puede prohibir radicalmente a los que piensan lo contrario. El problema se resuelve ejerciendo la libertad de no ir a las corridas quienes no les gusten, pero siendo lo suficientemente tolerantes para no impedir que las vean los demás, porque si empezamos a prohibirnos unos a otros lo que a cada cual desagrada, al final habremos dejado todos de ser libres.
Lo que ha ocurrido en Cataluña, más bien parece ser un falso debate que tiene mucho de demagógico y nacionalista, pero carente luego de argumentos sólidos y faltos de objetividad convincente, que sólo trata de alimentar efervescentes pretensiones independentistas. No se comprende, si no, que no se prohíba a la vez los “corre-bus” catalanes, que son festejos locales con toros amarrados a los que se prenden antorchas ardiendo en cuernos y cabeza, siendo objeto de cruentos y atroces maltratos y sufrimientos del animal; como tampoco se prohíben otras fiestas o deportes que también son crueles para con los animales, como la caza y la pesca deportiva que se practican por mera diversión y con las que también se hace sufrir a las especies heridas al tirotearlas, a los peces y a los pulpos al pescarlos con anzuelos, pinchos y otros objetos punzantes, etc.
Por eso, todo ello se cree que es claramente revelador de que lo que en realidad se pretende no es eliminar el sufrimiento de los animales, sino todo rastro de cultura o fiestas que sean españolas. Si las corridas de toros tuvieran un nombre o un origen exclusivamente catalán, entonces no sólo no habría ningún problema para que se siguieran celebrando, sino que serían tenidas como un símbolo abanderado de la pretendida identidad de Cataluña como “nación”, cuando a lo largo de la historia nunca pasó de ser un simple Condado. Las corridas de toros tienen el grave inconveniente para los independentistas que llevan incorporado el odioso nombre y apellido de “fiesta nacional” hispana. Otra cosa distinta es luego la otra mayoría que conforma la total población catalana (más de 4.000.000 frente a sólo unas 180.000 firmas de prohibicionistas), que siempre digo y creo de verdad que es laboriosa y emprendedora, y que piensan en otros problemas más importantes de los que tanto hoy preocupan, como los numerosos puestos de trabajo que se perderían si las corridas de toros llegaran a abolirse. Ese sí que sería un serio y angustioso problema de quienes quedaran en paro, ya que el sector taurino mueve unos 2.500 millones de euros al año y también sostiene sistemas medioambientales.
Por otro lado, llama poderosamente la atención el hecho tan contradictorio de que los abolicionistas catalanes de los toros pretexten querer prohibir las corridas para salvar la vida de los animales, cuando luego tan poco sensibles son a la vida de seres humanos inocentes e indefensos, ya que se da la enorme incoherencia que quienes votaron la prohibición de las corridas pertenecen a los mismos partidos que los que sólo un día antes de la votación antitaurina también votaron en Madrid a favor del aborto elegido libremente por niñas menores carentes del suficiente raciocinio como para poder tener formado un criterio maduro sobre la enorme trascendencia que conlleva la muerte de una criatura humana en el seno de su madre, porque arrancar de cuajo la vida de un ser humano indefenso no es ya sólo cometer la atrocidad de hacer sufrir al “naciturus” sin que se pueda defender, sino que también es impedirle su derecho natural y constitucional a nacer y a vivir, que ellos mismos jamás hubieran deseado ni para sí, ni para sus familias y ni siquiera para los toros, cuya negación de la vida humana frente a tan radical empeño puesto luego en la defensa de los animales, es tanto como hacer de mejor derecho la vida y la integridad física de los animales sobre los valores y los derecho de las personas.
Es seguro que de los votantes prohibicionistas de las corridas de toros, no hay ni uno sólo que luego haya tenido el más mínimo escrúpulo en comerse los tiernos y ricos filetes de becerrillos, o unas buenas chuletas de cordero de pocos meses, o una exquisita ración de chanquetes alevines, o un suculento cochinillo asado de pocos días, etc, que todos son inmaduros, todos están indefensos y todos sufren también cuando se les mata de un puntillazo o se les pesca con el anzuelo para luego comérnoslos fritos. Y, puestos a llevar el sufrimiento a tan extrema consideración como lo hacen los independentistas antitaurinos, investigaciones biológicas recientes aseguran que también las plantas y los vegetales sufren cuando se cortan o arrancan en plena función de fotosíntesis clorofílica; y, sin embargo, es seguro que tampoco habrá ni uno solo de dicho prohibicionistas que haya dejado por ello de comerse una buena ensalada de lechugas o algún refrito de acelgas, o una buena tortilla de espárragos, por poner sólo varios de los múltiples ejemplos.
La afición a los toros es tan antigua como la vida humana. En la Edad de Bronce los griegos ensalzaron la lidia del toro como demostración de valor. En la Prehistoria, en Extremadura y parte de Castilla los vettones adoraban al toro y su lidia, cuya escultura zoológica se conserva en el Museo de Mérida. Los romanos se encerraban en sus circos con leones, bisontes y toros. En la Edad Media el espectáculo taurino se extendió a China, Filipinas y California (EE.UU.) O sea, el toreo es un arte popular milenario y una cultura sólidamente asentada. No es sólo una “fiesta nacional”, sino “internacional”, cuya tradición ha traspasado fronteras, océanos y continentes, celebrándose también en Portugal, Francia y en todos los países de América.
Pero el toreo es también arte y cultura del pueblo sólidamente sentida y asentada. Intelectuales de la talla de Valle-Inclán, Sebastián Miranda y Pérez de Ayala, entre otros, escribieron en un homenaje a Juan Belmonte: “Capotes, garapullos, muletas y estoques, no son instrumentos de más baja jerarquía estética que plumas, pinceles y buriles; antes los aventajan, porque el género de belleza que crean es sublime por momentáneo”. Y también el toreo sirvió de inspiración a Goya, Picasso y Manet, entre otros muchos prestigiosos pintores.
Fray Luis de León ya dijo: “Las corridas de toros están en la sangre del pueblo español, y no podrían ser suprimidas sin enfrentarlo en una seria reacción”. Carlomagno, Alfonso X El Sabio y el Cid Campeador fueron grandes aficionados a los toros. Carlos I de Inglaterra y su ministro Lors Buckuigan participaron en corridas, y tan agusto se sintieron que repitieron en su país invitando a los embajadores de Francia y España. El emperador Carlos I lanceó un toro bravo para celebrar el nacimiento de su hijo Felipe II. Ortega y Gasset dijo: “Es impensable estudiar la historia de España sin las corridas de toros”, y el hombre ya se lamentaba de que siendo un oficio callado diera tanto que hablar. Unamuno fue un gran aficionado a los toros.
Federico García Lorca escribió: “El toreo es probablemente la riqueza poética y vital de España…Creo que los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo”. El “viejo profesor” Tierno Galván aseveró: “Los toros son el acontecimiento que más ha educado social y hasta políticamente al pueblo español”. Finalmente, decir que, cuando Cuando Alfonso VII se casó con Dª Berenguela, hija del Conde de Barcelona, se festejó la boda en Cataluña, y ya entonces se hizo a lo grande con una excelente corrida de toros.
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