26 enero 2010

OPINION / ¿Hispanizamos lo mexicano?


  • Por: Felipe Aceves , México

Martes, Enero 26, 2010 10:45:00 Hora GMT

Por múltiples y válidas razones tengo admiración por la fiesta brava española. Su organización, el profesionalismo reinante, visión, su gran capacidad de enseñanza, la acertada guía para los toreros en ciernes, así como para todos en cualquier sitio o altura del escalafón en que se encuentren.

(…)Querer siempre hacer más, superarse.
Superarse, no estancarse engreído en íntima adoración,
porque el narcisismo limita las posibilidades
para el artista y estanca al torero que cree no hay más allá.
Gregorio Corrochano


Ni hablar de su lucidez comercial. Han sido capaces, como en su tiempo lo fueron los mexicanos, de encontrar una forma exacta –si cupiese dicho término en el arte– de la interpretación del toreo acorde a la idiosincrasia y temperamento de su pueblo.


En México, inolvidables ganaderos crearon “El toro mexicano”; ni español ni portugués, ni ruso ni francés… mexicano: bravo, con trapío, noble, templado, que no perdonaba errores y obligaba (algunos hierros aún lo hacen) a su matador a echar mano de los más amplios conocimientos en la lidia de reses bravas. Sí, efectivamente, de España nos vino el toro, las corridas, el conocimiento de la lidia, las virtudes; también cómo no, los vicios, trampas y chapucerías (señor… se le cayó un botón de sus vestiduras, ahorita que se las rasgó). Dejaron en nuestros genes –por fortuna– la pasión por esta fiesta de vida, oro, sedas y luces en la plaza y en el entendimiento. Bueno, pues esa misma expresión del hombre la adoptamos con gusto; pero además, le pusimos nuestro espíritu, en consecuencia, la interpretación y el sabor de nosotros los mexicanos.


Esto viene a colación porque, de un tiempo a la fecha, resulta que nuestros mejores prospectos –creemos– han de beber de una fuente, rica sí, en conocimientos como es la hispana, pero a fin de cuentas española. El último caso es el de un par de ilusionantes prospectos aguascalentenses: Jorge Salvatierra y Leo Valadez (sobretodo Leo… menudo prospecto). Podría decir no tengo objeción, pero mentiría, sí tengo objeción y no es la primera vez que lo expongo, me gusta ver torear a los toreros españoles como españoles y a los mexicanos, como mexicanos (a Perogrullo nadie podemos llamarle mentiroso). 


Para los aficionados ibéricos, los coletas mexicanos tienen una identidad hasta obvia. Con acierto les adjudican (o adjudicaban) vasta creatividad en las suertes de capa, habilidad como el que más en el tercio de banderillas, maneras diferentes de presentar la muleta, de colocarse, de reponer… de sentir e interpretar suertes y pases. Vamos, que acudían con gusto a la plaza cuando un paisano estaba anunciado, y jamás podían decir “como este hay cien aquí”.


No me opongo a que nuestros toreros vayan a España; siempre lo han hecho. Con lo que no estoy de acuerdo es que se corra el inmenso riesgo de “estandarizar”,  “transculturizar”, “distorsionar”, la interpretación que –mucho se ha perdido– a través de la historia han tenido nuestros espadas. Inclusive, esto lo veo como la aceptación de una falta de capacidad que nadie hemos querido reconocer –mucho menos aceptar– (señor… se le cayó otro botón de sus ya rotas vestiduras). 


Maestros a la mexicana los hay en la capital, en Monterrey, en Guadalajara, en Morelia, León, San Luis Potosí y en más ciudades a quienes no han deseado –o sabido– tomarlos en cuenta. El asunto es que ellos vivieron (y así la enseñan) una fiesta en la que era indispensable una gran convicción de ser torero, donde no encajaban los tan indispensables en la actualidad convencionalismos y “reglitas sociales”; un aprendizaje duro, (tan duro como la profesión misma), exigente, de un largo proceso para asimilar la técnica y la esencia que debe poseer el hombre que se dedica al oficio de coleta, para ser capaz de hacerla llegar a nuestros sentidos en cualquier sitio de la plaza en que nos encontremos.


No tengo duda en los merecimientos de Leo Valadez y Jorge Salvatierra, me congratulan además las enormes ilusiones –también las mías– depositadas en ellos; mi reparo es al riesgo de que regresen convertidos en grandes toreros, claro, pero, pero… a la española.
Por de pronto, les deseo la mejor de las suertes.

burladerodos.com


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