01 febrero 2010

Dos perros de presa y un artista


Domingo, 31 de Enero del 2010
El Juli y Macías, a hombros

  • Por: Juan Antonio de Labra / Foto: Sergio Hidalgo


Como dos auténticos perros de presa salieron El Juli y Arturo Macías la tarde de hoy a la Plaza México: uno a defender su sitio de primera figura; el otro, a no dejarse ganar la pelea y a conservar su contundente racha de triunfos.

Y en medio de esta frenética rivalidad, brilló el arte de Mario Aguilar, un torero con gran proyección que no hay que perder de vista.

El Juli mantiene su magnífico cartel en México, el país donde se hizo torero; donde se le quiere –y también se le exige–, y donde goza de un respeto que, con el paso del tiempo, ha sabido conservar a pulso.

Y es que la corrida de Javier Bernaldo no fue fácil en el sentido de la falta de fuelle en sus embestidas que hubiera permitido a los toreros las faenas que sueña el público. En cambio, se vieron obligados a poner todo de su parte para poder triunfar y satisfacer a los más de 30 mil espectadores que había en la plaza.

Las hechuras de los toros –más grasa que músculo– presagiaban, desde la hora del sorteo, que se podían quedar parados. Y así fue. Un puyazo discreto, casi de trámite, recibieron en varas, y la mayoría llegaron aplomados a la muleta, salvo los dos toros a los que les tumbaron las orejas Julián y Arturo, que tuvieron un poco más de movilidad.

El primero del lote del madrileño se vino arriba en banderillas, y embistió con un emotivo temperamento a la poderosa muleta de El Juli, que desde el principio entendió que debía llevarlo embebido en la tela para someterlo.

La faena discurrió por el pitón derecho, lado por el que se empleaba más el de Bernaldo de Quirós. Y cuando por fin se rindió ante tal poderío, el trasteo adquirió un matiz muy interesante.

Bien pudo El Juli haber tirado por la calle de en medio, como se dice coloquialmente. Sin embargo, sabedor de quién es y dónde está parado en la Fiesta, el madrileño se lo zumbó en una faena de arrebatada reciedumbre, jugándose el tipo en terrenos muy comprometidos, y con el público nervioso.

La voltereta se mascaba y no sobrevino simplemente por el sitio y la seguridad que atesora Julián, uno de los toreros con más recursos que ha habido en todas las épocas del toreo.

A la hora de matar se perfiló en corto y se fue tras de la espada con absoluta determinación para colocarla en lo alto. A sus manos fueron a parar dos valiosas orejas, digno premio a una férrea demostración de amor propio, y raza torera. Por eso sigue en la cumbre del toreo.

La enjundia de aquella faena tuvo su réplica en la primera intervención de Arturo Macías, que hizo un riesgoso quite por gaoneras sin importar el vendaval que estaba azotando la plaza. Por un instante, y guardando, claro está, las distancias, me recordó la estampa de José Tomás en Las Ventas de Madrid en 1999, cuando el torero de Galapagar consumó un estrujante quite por gaoneras después de haber sido volteado de fea manera porque el viento lo descubrió.

Parece como si Macías, con este detalle, hubiese hecho un guiño a Antonio Corbacho, que estaba mirando desde el callejón a su nuevo poderdante.

Al quite siguió una faena de entrega rabiosa, en la que el hidrocálido se colocó a milímetros de los pitones de un toro noble, que metió bien la cabeza por el pitón izquierdo.

Y con tirabuzón le extrajo los muletazos, sin pestañear en ningún instante, tan seguro de sí mismo y con el corazón bien templado. Al igual que había hecho El Juli, Macías se tiró a matar de verdad y cobró una excelente estocada que le valió para rematar una faena donde enseñó que lo suyo va muy en serio.

El segundo toro de El Juli fue un inválido con el que prefirió abreviar, y lo hizo colocándole una estocada de una soberbia ejecución. El ritmo con el que entró a herir el madrileño fue de lujo, pues se pasó despaciosamente por el costillar y dejó la espada en lo alto.

La gente le obligó a salir a saludar, lo que hizo con una sencilla discreción, la de un maestro del toreo que ya tiene varios años "en el mejor momento de su carrera". Admirable.

Tampoco el quinto toro de la corrida ofreció posibilidades a Macías, que estuvo igualmente entregado. La “guerra” ya se había dirimido en la lidia del segundo y el tercero; lo demás salía sobrando.

Mario Aguilar debió cortar la oreja del toro de la ceremonia, un castaño que se refugió en tablas y embistió con las manitas por delante a una muleta tersa y bien planchada, que le llevó una y otra vez con una encomiable firmeza en las zapatillas.

La faceta de valiente fue la que dejó sobre la arena Aguilar con este toro, al que mató mal, mediante una estocada trasera y caída que le impidió cortar una oreja que le hubiese venido de maravilla en el resultado final del festejo.

El sexto fue un toro al que le faltó repetir un poco más, pero sí tuvo calidad en las embestidas. Mario se puso en la media distancia y le cuajó los mejores muletazos de la corrida, naturales de un temple exquisito, llevando al toro detrás de la cadera con sentimiento y cadencia.

Ahora utilizó el valor sereno que tiene para torear por nota, pero no pudo redondear. No hay que olvidar que se trata de un torero que apenas lleva tres corridas, y que a sus 18 años de edad, todavía tiene un largo camino por andar. Cualidades, le sobran.

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