La Otra Cara de la Fiesta en México Guty Cardenas
Tercera Entrega
Cuando decidí el tema a tratar esta semana, consideré que no formaba parte de este serial, y tal vez ni siquiera tenía nada que ver con los toros, pero, a fin de cuentas, esta tanda pertenece a esos personajes que no se ven a simple vista, y a esos momentos que forman parte de su vida y de su quehacer dentro del mundo romántico y anónimo de la fiesta brava o de cualquier menester en el que intervenga la sensibilidad y el arte.
Con motivo de los días de la Semana Mayor, decidí ir a una de las ciudades más bellas de México, Mérida.
Tenía varios pendientes, como visitar museos y librerías. Comer panuchos, papadzules y salbutes a discreción. Caminar por su Paseo Montejo. Meterme a absolutamente todas las tiendas a ver sombreros, hipiles y guayaberas para no al final no comprar nada.
Pero, uno de mis pendientes más fuertes era disfrutar de la trova yucateca que tanto mencionan.
Caminé y caminé buscando quien me diera información de dónde podría yo ir en la noche a escucharla, y todo mundo me recomendaba, que si ya la música grupera, que la pop, que la rock, que las baladas románticas tipo Franco de Vita… y de lo otro… nada.
Y entonces, me di cuenta que con la trova yucateca pasa lo mismo que con la fiesta de los toros, la gente sensible, que verdaderamente la paladea, la siente, la vive y la vibra, está en extinción.
Pero la suerte fue benévola conmigo y de puritita casualidad me metí en un hotelito a echarme un refresquito, y con mi bendita necedad le pregunté al mesero si sabía algo de la famosa trova yucateca… dicho lo anterior me contestó…"Si viene usted a eso de la una de la tarde, se va a encontrar a un grupo de trovadores, de los de a deverás, que usan este sitio como punto de reunión".
Para no verme tan urgida, en vez de llegar a la una, llegué a la una y cuarto. Y ahí estaban…
Doce personas alrededor de una larga mesa, de los cuales tres eran mujeres. Había tres guitarras y mientras uno tocaba, otro cantaba. Y al final, ¡¡todos jaleaban!!
Cuando se acababa la canción, los demás se “peleaban” por cantar la próxima… todos querían que les dieran las tres para pegar unos muletazos… era como ir a una ganadería y estar con toreros ávidos por torear. Una de las damitas entonó una hermosa canción y cuando se paró al baño, un señor ya la había interceptado para que fuera a cantar a un evento… como cuando uno pega unos muletacillos y ya te andan apalabrando para la feria de Chimalhuacán.
De verdad una cosa hermosa, como la gente del toro. Luego llegó un señor muy elegante y todos gritaron…¡Don Héctor! Sólo les faltó el ¡Olé! Y Don Héctor ni tardo ni perezoso agarró una guitarra y se echó una canción.
Y yo los oía hablar de que si tal autor, de que si esa canción la había interpretado por primera vez fulano de tal, y el otro rebatía que la mejor versión era la de Mengano…y entonces pensé… ¿cuántas veces no he escuchado esto pero de diferente temática?… que si la faena de los berrendos de Sto. Domingo de Paco Camino, que si la de Manolo Martínez a aquel de Mimiahuapan… que si nadie como El Ranchero Aguilar… que si yo me quedo con El Callao… y ese tipo de conversación, que en los taurinos, sucede una vez, y otra… y otra… pero siempre lo discuten con la misma pasión que la primera vez… ojalá así fuera el amor… infinito, inaburrible y siempre arrebatado.
Estuve ahí horas y horas, escuchando desde mi barrera de sol.
Mi viaje valió mucho la pena, pero creo que la parte que más disfruté fue a estos toreros, pegándoles derechazos, naturales y trincherazos a esas guitarras y a esas canciones y hablando de trovadores antiguos como se habla de toreros de leyenda.
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