Toros y algo más
- Enrique León `Don Piri´
Martes 13 de Abril de 2010
La grandeza de la fiesta de los toros está condimentada de verdades, si éstas desaparecen, justo con ellas entierran su esencia y todo lo que la hace bella, maravillosa, misteriosa y única. El valor de un hombre torero que se entrega jugándose la vida, para que de sus adentros brote toda su emoción y transmita su sentimiento y arte a las multitudes, brilla en todo su esplendor cuando tiene enfrente a un auténtico toro bravo de verdad, me refiero a un toro con presencia, trapío, edad de señor, músculos que indican su fuerza y poder, bien armado de cornamenta y virgen de sus puntas, hablo de ese toro que desde que salta al ruedo impone su señorío y que cuando arranca se siente hasta que tiembla la tierra, lleno de casta brava que lo impulsa a la pelea, embistiendo de largo rematando ¿quién es el valiente que me va a torear?
Pero cuando en lugar de torear un señor galán de ese pelo, sale por la puerta de toriles, llamada también de los sustos y sorpresas, un anunciado en los carteles como toro, un animalito que se asusta hasta de su sombra inspirando lástima y comparación, en lugar de admiración y cierto temor en la gente, el espectáculo taurino cae en una barranca de desprestigio y fraude vergonzoso, para una fiesta llamada brava; sin exagerar puedo decirles que he visto salir al ruedo de ciertas plazas, animales que me recuerdan al Caballero de la Triste Figura, y a su valiente Rocinante, toritos que de tan flacos salen al ruedo buscando su catre de arena para de plano echarse a reposar la canela, y que lo único que a gritos piden es paz.
El complemento de esa farsa es ver cómo todo un señor vestido de seda y oro con cara muy seria se apresta a darle muerte, a un burel al que sus subalternos a fuerza de jalones y torceduras de cola lo tienen que parar en sus cuatro patas, obviamente para que el matador realice temerariamente la suerte suprema, llamada también la hora de la verdad.
De esas actitudes francamente vergonzosas, en las que ni el valor, ni mucho menos el arte aparecen por ningún lado, se agarra la sociedad protectora de animales para argumentar que la fiesta de los toros es cruel y debe desaparecer.
Saco a colación el tema porque Jorge de Jesús El Glison en su columna “Desde adentro”, publicada martes y viernes en un diario, éste a puesto el dedo en la llaga escribiendo verdades, las cuales han raspado a los protagonistas que manejan un sistema cómodo y convenenciero, lastimando a una fiesta que sin verdad, huele mal. Por las malas entradas que se ven en las plazas, está claro que ese tamalito de cobas y cuentos mutuos empachó al aficionado. Suerte y al toro.
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