- Por Jaime Solo.
Estamos a escasos ocho días, de que se celebre la tradicional feria de Villanueva, Zac., en donde se festejará una vez más, a San Judas Tadeo con un sinnúmero de eventos, sin faltar los festejos taurinos que se darán en la plaza de toros “Ponciano Díaz” de este pintoresco lugar, que se localiza ha escasos 60 kilómetros, de la capital zacatecana.
Esta plaza de toros lleva el nombre de los plomeros del toreo mexicano que dieron pie a lo que hoy conocemos como la fiesta taurina de México.
Hay un relato de Francisco Rodríguez Martínez que nos cuenta, “que, el 8 de julio de 1894, la afición zacatecana estaba de placemos, y con justa razón, ya que se anunciaba para esa tarde una monumental corrida de toros que la torearían, alternativamente, Ponciano Díaz el coloso de aquellos tiempos y José Bauzarín, diestro cubano.
Desde por la mañana se notaba inusitado movimiento, por todas partes se hablaba de toros, de los pueblos más cercanos llegaban coches y diligencias atestadas de aficionados a la fiesta brava.
Entre las familias que llegaron venia Rosario Llamas, la más bella jerezana de aquellos tiempos, huérfana muy rica, era uno de los partidos más codiciados, sus tíos le guardaban celosamente.
Llegó la ansiada tarde, desde muy temprano los tendidos de sol y sombrea estaban pletóricos de concurrentes, sólo los palcos se hallaban desocupados hasta la última hora.
Un sol radiante en un cielo sin nubes, verdadera tarde de toros: el público esperaba con desbordante entusiasmo el momento en que el señor Juez de plaza diera la señal para empezar la corrida.
La banda del Estado amenizaba la fiesta con alegres marchas y pasodobles y el público de sol daba la nota humorística.
Por fin sonó el clarín y apareció la cuadrilla, al frente Ponciano Díaz con un terno negro y oro, y a su lado, José Bauzarín, con un terno verde y oro.
Dieron la vuelta al redondel entre las vivas de la multitud, en los palcos las damas saludaba con pañuelos; allí estaba Rosario, hermosa entre las hermosas, realzando su belleza con la blanca mantilla, en el pecho un ramo de claveles rojos como sus labios.
Al saludad Ponciano al palco de la presidencia vio a Rosario y se sintió atraído por la mágica belleza de la jerezana, que seguía aplaudiendo sin cesar; entonces llamando a Casimiro Medina, su mozo de estoques, le mandó el capote de paseo para adorno de su palco.
Los toros eran de la ganadería de Venadero, famosos por su bravura y bella estampa, el que tocó a Ponciano era un soberbio ejemplar apodado “Pilongo”, con una cornamenta espantosa que hubiera hecho temblar a otro que no fuera el diestro mexicano.
Ponciano hizo gala de suertes y pidiendo permiso a la autoridad se dirigió al palco de Rosario y brindó “Por la reina de esta tarde, la más hermosa entre las hermosas zacatecanas” y la envidia de todas sus vecinas de palco.
Se dirigió al toro y después de unos pases naturales, otros redondos y otros a su modo, dirigió la espada sobre la cruz del lomo del animal que se arrancó sobre Ponciano, recibiendo el estoque hasta la empuñadura.
Dianas, aplausos de la multitud, lluvia de flores, puros y muchos pesos de plata.
Rosario, pálida de emoción, se quito un anillo de brillantes y metiendo en él el ramo de claveles que tenia en el pecho lo arrojo a los pies del matador.
Al término de la corrida, fue Casimiro Medina, el mozo de estoques a recoger el capote de Ponciano y recibió de las manos temblorosas de Rosario un medallón con su retrato para el torero y una bolsa de malla con dinero para él.
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