ASÍ ME LO CONTO ANTONIO CONTRERAS, “EL CHATO DE ACAMBARO”…
- por Pedro Julio JIMENEZ VILLASEÑOR
ES EVIDENTE que Antonio Contreras nació en Acámbaro, Guanajuato, por esto es parte de su mote, ahí conoció desde su niñez que el deporte era su vida, concretamente el boxeo. Y como suele suceder, los estudios los mandó al demonio en la primera oportunidad que tuvo ante el disgusto de sus señores padres, el boxeo era su vida, desde luego que quería ser campeón.
PELEAS DE cuatro rounds en pueblos de la región, sueldos de quince pesos que debía de administrar correctamente durante los ocho días entre pelea y pelea, una cada semana, la guerra para buscar ser alguien y así poco a poco fue dándose a conocer y qué sus entrenadores se dieran cuenta que tenía posibilidades de escalar escaños, por lo mismo era sometido a entrenamientos más fuertes, las peleas ya de seis y ocho episodios pronto se le dieron.
LAS PEQUEÑAS poblaciones quedaron en el pasado, ciudades como León, Irapuato, Celaya y su propia tierra fueron testigos de sus avances, Antonio se dedicaba en cuerpo y alma a los diarios entrenamientos, dando prioridad a su condición física, a correr por las mañanas y a caminar largos trechos por las tardes, ya era reconocido, era campeón estatal de peso gallo y cuidaba al máximo lo que el entrenador le sugería hiciera para estar en optimas condiciones corporales, no cejaba y en estos trotes encontró su destino ya que...
JADEABA Y sudaba Antonio por los límites urbanos de su terruño, a lo lejos vio enormes “mariposas” multicolores, eran los capotes y las muletas de un puñado de maletillas que entrenaban de salón, asombrado por el inesperado llamativo acontecimiento hizo un alto y atónito quedó viendo las imaginativas faenas de quienes calzaban tenis de lona blanca. Los jóvenes pronto se entienden, al boxeador le llamó la atención y rápido trabo amistad con los aspirantes a toreros, la estrella de la casualidad aparecía, su signo le llevó ante ellos y desde esa fecha inició afecto y apego al grupo, por supuesto que de inmediato quedó cautivado al grado de intercalar el tipo de entrenamiento, de preparación, por las mañana era boxeador, por las tardes, de esos años a mediados de los años cincuentas del siglo pasado, era ya uno más de quienes usaban los mencionados tenis de lona, típicos entre la torería de esos tiempos. Ya era “El Chato”, su retorcida nariz, producto de los golpes recibidos en el ring le dieron el mote.
SEMANAS POSTERIORES fue avisado por los toreros que debutaría en una vacada a efectuar en el cercano Salvatierra. Sorpresa inesperada y doble, defendería su campeonato estatal un día antes pero creía poder cumplir en ambas partes, su rival en el cuadrilátero lo conocía a la perfección y sabía no le causaría mayor problema, cosa de tres, cuatro rounds a lo mucho y quedaría listo para acostarse temprano y viajar con sus nuevos amigos a realizar el soñado debut taurino.
EL SÁBADO llegó, el pequeño espacio estaba atiborrado para ver la pelea de campeonato estatal, sus amigos toreros en primera fila le animaban desde antes iniciar el combate, Antonio, “El Chato”, apareció con su acostumbrada bata blanca y les sonrió al pasar junto a ellos, se veía confiado, era buen peleador y con total seguridad ganaría la pelea. Sonó la campana avisando que el zafarrancho principiaba, los primeros tres minutos dejaron ver la superioridad del campeón, jabs, ganchos arriba y abajo terminaban en la humanidad del retador, el KO llegaría en unos momentos, sin embargo en el tercer round resbaló el campeón y cayó a la lona, nada grave, no había sido golpe, estaba en perfecto estado para continuar la contienda, para ganarla, sin embargo, quien era “el líder” de los maletillas temiendo algo peor le gritaba a todo pulmón que no se levantara… “Toreamos mañana, no te levantes”.
CON SEGURIDAD atinan ustedes, Antonio no se levantó, el virus del toro le había infectado, perdió su cetro pero el toreo ganó un excelente subalterno, un muy buen banderillero pero mejor capote, capote cañón decían antiguamente a quienes sabían lidiar lo que salía por toriles. ANTONIO MURIÓ en Guadalajara, Jalisco, en el año de 1990. Le echamos de menos, siempre fue un hombre luchón, un amigo de lo mejor, un hombre al que su buen corazón no le cabía en su cuerpo, le recordamos con el afecto que supo ganarse… Nos Vemos.
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