- Por: Juan Antonio de Labra / Foto: Sergio Hidalgo
No tanto como un convidado de piedra, pero sí como un torero del que se hablaba poco en los día previos a la corrida, Octavio García "El Payo" sorprendió casi a todos con una vibrante actuación de la que salió relanzado de la Plaza México después de cortar tres orejas, ante la mirada del veterano Armillita y el personal Cayetano.
Y es que el festejo tenía dos claros protagonistas, por lo que en sí mismo representaba la confirmación de alternativa del hijo de Paquirri, y el regreso a los ruedos de Miguel Espinosa para ser el padrino de tan significativa ceremonia.
En medio de este acontecimiento con visos de nostalgia, la raza de El Payo se impuso con una férrea determinación, y al final, como bien dijo este rubio indómito durante alguna entrevista: "…que la gente salga hablando de mí". Sus anhelos se cumplieron… y también sus palabras.
La faena que cuajó al primer toro de su lote, un ejemplar encastado y nada fácil, que no regaló una sola embestida, fue de un mérito mayúsculo. El queretano se lo zumbó de “pé a pá”, con una entrega desmedida, jugándose la voltereta en cada muletazo.
El público comenzó a mirar aquella obra con una pizca de escepticismo, y al cabo de dos o tres series, se percató del peligro inminente del toro y la capacidad de respuesta del torero, que se lo pasó una y otra vez por la faja, aguantando miradas, sobre todo en los remates, cuando era fácil que el toro hiciera hilo en la muleta y enganchara al Payo.
Pero eso no ocurrió porque la firmeza de procedimientos y la claridad de ideas de Octavio estaban "al oro", como dicen en España, y así de espabilado y serio, fue construyendo una faena de altos vuelos, por su casta y reciedumbre.
Al final hasta se dio el lujo de robarle al toro una serie por el pitón derecho, el lado por el que cortaba el viaje, ya cuando lo había sometido por completo. Eso es el toreo, parafraseando al famoso Domingo Ortega: "Llevar al toro por donde no quiere".
La faena no sólo tuvo esa vibración tan intensa, propia de esta afición, sino la enjundia de un torero nuevo que sabe bien adónde quiere llegar. Y como no podía ser de otra manera, El Payo se fue tras de la espada como un león y le tumbó al toro dos orejas de ley.
No conforme con esta hazaña, al sexto lo recibió con una larga cambiada de rodillas y le dio varias chicuelinas con buen trazo.
El de San Isidro que cerró plaza fue otra cosa: deslucido y parado, ante lo cual El Payo en otro alarde de arrebato, se lo pasó por la espalda en terrenos inverosímiles y hasta atropellando un poco la razón que, en este caso concreto, sí tenía sentido.
Así fue como sufrió una aparatosa voltereta de la que se levantó muy dolorido, y eso sirvió para encender aún más su rabia al momento de entrar a matar, atracándose de toro con valor.
Aunque la espada quedó un tanto contraria y con cierta travesía, del ímpetu a la hora del reunión, el toro terminó doblando a sus pies, y la gente se puso en pie para tributarle una ovación de gala que se tradujo en la concesión de la tercera oreja de su balance.
Esta actuación marca un rumbo esperanzador de nuestra torería, ahora que otros toreros jóvenes, con talento y profesionalidad, intentan, a costa de su sangre, devolverle a la Fiesta de México esa jerarquía que como una potencia taurina que debe volver al sitio que le corresponde.
Cayetano tuvo una actuación más que digna y enseñó cosas muy interesantes en una tarde de mucha presión.
Los detalles con el capote a su primer toro, soltando una punta y ganándole terreno al de San Isidro, tuvieron sello, y también algunas pasajes de la faena, donde se vio obligado a someter a un toro huidizo y complicado, que estuvo a punto de trincarlo debido a las ráfagas de viento que corrían.
El público esperó al madrileño y lo trató con respeto y cariño quizá porque percibió su entrega, y las ganas que tenía de hacer bien las cosas.
Este sentimiento se duplicó en el quinto, un toro de Los Ébanos, que remendó la corrida titular, con el que ejecutó algunos muletazos de vuelta entera, centrado y valiente, corriendo la mano con temple y largueza.
En un descuido el toro se lo echó a los lomos, hecho que imprimió mayor dramatismo al afán de triunfo de Cayetano que, sin mirarse la ropa, volvió a la carga en otras series cerca de tablas, un terreno donde el toro terminó rajándose al sentirse podido.
Otra media estocada en lo alto le valió para saludar una cerrada ovación sobre las rayas del tercio, similar a la que el público le tributó al finalizar la lidia del toro de la ceremonia.
Armillita no lo vio claro delante del complicado segundo, un toro que derrotaba con violencia y sabía lo que dejaba atrás. Si a ello sumamos el viento que estaba haciendo de las suyas, Miguel, en un gesto muy suyo, prefirió abreviar y, claro, le cayeron encima.
El cuarto tenía un buen pitón derecho, pero era imperativo aguantarle el tirón, algo que Miguel no consiguió en otra faena breve de la que solamente se pueden rescatar los pases del comienzo, dotados de un aterciopelado temple.
A los artistas, y más a los veteranos como Miguel, hay que aceptarlos como son. Y un torero de esta categoría, y con el palmarés de grandes faenas en su haber, está al margen de cualquier crítica. Quiérase o no.
Ficha
Quinta corrida de la Temporada Grande. Poco menos de media entrada (alrededor de 18 mil personas) en tarde fresca y con intermitentes ráfagas de viento. 5 toros de San Isidro, desiguales en hechuras y de escaso juego en su conjunto, salvo el 3o., que fue encastado. 1 de Los Ébanos (5o.), descastado pero con cierta transmisión. Pesos: 471, 480, 472, 473, 498 y 505 kilos. Miguel Espinosa "Armillita" (granate y azabache): Pitos en su lote. Cayetano (ostión y oro): Ovación y ovación. El Payo (turquesa y azabache): Dos orejas y oreja tras aviso. Destacó en banderillas Armando Ramírez, que saludó en el 4o. Cayetano confirmó con el toro "Sentimiento", número 324, cárdeno.
MundotoroMéxico
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