07 enero 2010

OPINIÓN / La seriedad de Tlaxcoapan



  • Por: Antonio Rivera 
  burladerodos.com

Este sábado 2 de enero se celebró un festival organizado con seriedad e importancia en Tlaxcoapan, Hidalgo. Hubo gran ambiente y se llenaron los tendidos. Los matadores Federico Pizarro y José María Luévano salieron a hombros tras desorejar un encierro de Rodolfo Vázquez, con presencia para plazas de primera. Y detrás de todo hubo un alcalde respetuoso de sus gobernados y de la fiesta. Un ejemplo que debería multiplicarse.


El lienzo charro de Tlaxcoapan lució muy bien arreglado para recibir por la tarde a los feriantes de una población dinámica y luchadora, enclavada en el estado de Hidalgo, entidad que desde siglos acostumbra celebrar taurinamente las festividades de sus pobladores. Nada que supusiera algo distinto a lo que muchas veces hemos podido vivir entre los buenos y taurinos pueblos hidalguenses, salvo algunos detalles que por sencillos y accesibles, no deberían sorprendernos cuando nuestra vista los advierte. Es decir: deberían notarse siempre, ahí deberían estar presentes en todos los festejos taurinos. Barreras, gradas, redondel; bien arreglados, limpios, pintados como para ir de boda, aptos para la práctica del toreo y correctos para la presencia de los asistentes.

Y en el desarrollo del festejo, también se advertían las cosas bien hechas: una banda de música sencilla pero capaz y entendida, interpretando pasodobles. Juez de plaza y asesor autorizados para el efecto. Monosabios y alguacil correctamente vestidos, policías municipales que cuidaban el orden con mesura, sin intimidar a los asistentes con torvas miradas “sospechosistas” ni revisiones innecesarias e indecentes de bolsos y ropa buscando armas y explosivos inexistentes. Mención especial merece el público, compuesto por adultos y gran número de niños y jóvenes, todos dispuestos a divertirse y emocionarse en familia con decoro y educación, aumentando el volumen de los aplausos para pedir la segunda oreja sin recurrir a las vulgares mentadas de madre tras el chocante coro del “uno, dos, tres…”, tan lamentablemente propio de las plazas llamadas “de primera”. Y podríamos seguirle describiendo más detalles agradables de un festejo anunciado con carteles clásicos y programas de mano como los antes, con fotografías de los toros a lidiarse, anunciando unos precios accesibles para todo mundo, pero no acabaríamos.

Lo sucedido en el ruedo correspondió al propósito de la magnífica organización: Federico Pizarro, vestido a la usanza charra y José María Luévano, en traje corto, como todas las cuadrillas de la UMPB, brindaron un espectáculo digno, decoroso y emotivo, matizado de angustia en ciertos pasajes, especialmente en dos momentos con Raúl Bacélis a milímetros de ser empitonado en la barrera por salirle con valor a dos toros codiciosos que empujaban con fuerza en los burladeros.

Federico Pizarro le cortó una oreja a su primero y dos a su segundo por dos faenas bien estructuradas, con reposo y clase, muy bien concluidas con la espada. La gente le respondió con fuerza cuando paseaba los trofeos alrededor del ruedo, para al final salir izado en hombros.

José María Luévano se puso delante del astado más complicado del encierro, mostrando oficio, valor y disposición, para que fuera premiado con una oreja. El que cerró plaza era un toro de preciosa lámina, fino y bien cortado, con peso y trapío para cualquier plaza de primera, que fue bravo, noble y emotivo. Lo toreó por verónicas ceñidas y templadas. Recibió un fuerte puyazo muy trasero y lo condujo con temple y ritmo en una faena de corte derechista que el público le jaleó con mucha fuerza, matando bien para recibir dos orejas y salir en hombros con su alternante.

Dicen bien que toda buena causa redunda en un mejor efecto. La gente salió muy contenta y hablando de toros como hacía años no pasaba, según nos comentaron algunos aficionados del lugar al término del festejo. "¡Así da gusto venir a los toros..!", repetían otros. Vaya desde éste espacio un sincero reconocimiento para el público que llenó el tendido, para los matadores Pizarro y Luévano, a sus cuadrillas, al ganadero Rodolfo Vázquez por el encierro, al matador Adolfo Guzmán por la organización, y en especial, a las autoridades encabezadas por el alcalde Arq. José Antonio García, que con afición, seriedad, cariño a nuestras tradiciones y respeto a sus gobernados, hicieron posible la celebración de un festival taurino tan bien logrado. ¡Enhorabuena!.


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