- Por : Antonio Casanueva
El pasado miércoles 18 de mayo, durante la 9ª. Corrida de la Feria Madrileña de San Isidro en España, ante dos excepcionales ejemplares procedentes de “El Ventorrillo”, Alejandro Talavante como si recordara sus recientes actuaciones invernales de la Plaza México y en Aguascalientes, en que llego al punto de indultar a un toro ante el delirio popular y que al encontrarse ya en España, actuando en la novena corrida de la importante Feria madrileña de San Isidro, reverdeció el toreo de verdad, con ese sabor mexicano de una muleta muy templada y trazo lento, en el que toro y torero se fundieran en una creación puramente artística, evitando los muletazos de esos que intentan sorprender a la galería encendiendo el alma de los presentes.
Pero si bien el toreo que realizaba de trazo muy largo y muletazos muy lentos, lentísimos, de temple exquisito, arrastrando materialmente los vuelos de la muleta sobre el arena del redondel, como si se encontrara todavía en México y aprovechara ese preciso MOMENTO para emular los aletargados, lentos y templados muletazos de Manuel Capetillo. NO, Talavante ya no se encontraba en nuestro país, por el contrario había partido plaza en el noveno festejo de la madrileña Feria de San Isidro en Madrid, España y se enfrentaba nada menos que a “CERVATO” del Ventorrillo y se prestaba a comenzar una obra de arte, con la mano izquierda y un trazo super lento que alcanzó a darle al morlaco, el tiempo y la distancia para que siguiendo el trazo de su muleta se prestara de maravilla para ligar en forma continua, hasta cuatro magníficas tandas de prodigiosos naturales hondos, emotivos rematada cada serie, con el pase de pecho. Un toreo, que por supuesto, no era esperado por los miles de madrileños que llenaban la totalidad del “Venteño” coso y mucho menos que fuera realizado por Talavante.
Las series realizadas por Alejandro Talavante, un torero transfigurado y sobrecogido en su propia obra, compuesta por muletazos de trazo largo, en los cuales, este mágico “Cervato” seguía los vuelos de su muleta que rozaba el arena del albero madrileño, como si estuviera tratando de emular las faenas, apenas realizadas durante la temporada mexicana o como si cada embestida del morlaco al bajar la cara hasta rozar con el hocico, con el arena del ruedo, Talavante recordara lo ejecutado en dichas plazas. Y si todo esto fuera obra de un plan premeditado, al finalizar ambas faenas de aquella tarde, con magnificas estocadas que lo llevaron a cortar las orejas y salir a hombros por La Puerta Grande.
De los alternantes restantes de esa tarde, mejor sería ni hablar, bastará tal vez con decir que los alternantes Pereira y “El Cid” lo intentaron y poco les salió. Que antes del éxtasis de Talavante, también hubo corrida, pero con desaliento y desazón como ha dicho Antonio Lorca, en su crónica de “El País”, pero que nada les salió. Que tristeza por los dos toreros que han sido grandes y pareciera según lo dice malintencionadamente Lorca, que ya no lo son.
La verdad sea dicha por nuestra parte, sin los compromisos contraídos con anterioridad, como suelen decir los comentaristas; “es que no tuvieron los enemigos a modo; encastado, picante y bravo fue el primero del “El Cid, quien se mostró desconcertado, con el animal se mostró inseguro y la gente por desgracia, lo comprendió y no se lo perdonó. Mientras que Pereira, tampoco es el que fue. En descargo de ambos toreros, habrá que decir, lo intentaron todo y poco les salió, nada que ya será después.
ANTONIO CASANUEVA
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