DE MANUEL Y DE MANOLO
Hay seres sobrenaturales que nacen tatuados por el estigma de la
milagrería como es el caso de Manuel Rodríguez y Manuel Martínez,
Manolete y Manolo (sin necesidad de entrecomillados), quienes son coincidentes
en coincidencias como aquella de la década de los cuarenta que pa’ el de
Córdoba fue de muerte (1947) y pa’ el de Monterrey de nacencia (1946).Ambos
fueron unos profundos conocedores del toro, el par de figurones fueron dados a
gozar de séquitos de aduladores profesionales y desde luego la resaltante por
obligatoriedad es que ambos dos ‘realizaron’ el acto milagroso que no es el de
la ‘multiplicación de los peces’ si no el de los feligreses y los graderíos,
los que con años de diferencia se ‘cristalizaron mentirosamente’ en que
miles y miles de mitómanos juran haber estado presentes hasta multiplicar los
graderíos la tarde aquella en que un hijo ‘Islera’ catapultara a Manolete al
pabellón de la leyenda.
Por cierto llegué a dialogar con un ‘ñora’, o ¿sería doña?, llamada
María, que juraba que había sido ‘testiga’ de aquel crimen taurino.La de
apellidos Félix Güereña perjuraba que antes de la corrida había abrazado al
‘Mounstro’, que lucía tan gallardo dentro de su traje ‘Fiucha Mexicano’.
¿Sería daltónica?Asimismo, los malabaristas de la verdad, que en número llegan
a más de los que le caben a la plaza más grande del mundo, aseguran haber
estado testimoniando la tarde en que Manolo se presentó en la pequeñita Plaza
de la Aurora ¿Alguna duda de los milagros multiplicatorios de los Manueles?
Y ya que he usado la palabra poderosa que lo es la de mando y la cual me
da pauta pa’ recapacitar porque aquellos eran quienes las mandaban cantar y las
respuestas son varias y de mucho peso en su conjunto siendo la primera
que fueron toreros auténticos de la montera a las zapatillas sin regateo
ni descanso con solo tiempo pa’ vivir en toreros con lo que ello implica: saturación de gloria en vida y de dramas
también, sin asomos de papel calca sin parecerse a naiden, vamos ni a
ellos mismos taurinamente, porque jamás se impusieron un guión o una
faena prefabricada, aunque eso sí hay que subrayarlo, todas su apariciones en
los ruedos eran idénticas, echando por delante la personalidad, el orgullo, la
soberbia, el sello, y a partir de ello venía lo demás, que además tenía un
digno remate al terminar una corrida, ya sea a la usanza de Manolete, quien
solía ir a desahogar sus emociones a la Santísima Casa de ‘La
Bandida’, o los departideros de Manolo, descabellando cuantos litros de elixir
escosé fuera necesario.
Y a todo esto ¿a qué vino el tema? Pues pa’ recordar que los ‘Mandones’
no se dan en maceta y que en ambos paíseshoy estamos lejos de tener uno de
estos, no obstante que en el caso de México se dice que contamos con una ampliabaraja
de toreros, pero esa baraja tricolor está incompleta: ¡le faltan los ases!
Leonardo Páez:
Un 28 de agosto nació Manuel a la inmortalidad y, transcurridos 49 años,
un 16 del mismo mescomenzó la leyenda,
más por ausencia que por esencia, de Manolo, cuyolegadoantes que
tauromáquicoresultó político-taurino, luego de introducir al negocio a
amistades cuya severa limitación empresarial ha despeñado la tradición taurina
de México por la pendiente de la mediocridad, la corrupción y el voluntarismo.
Enemigos de la planeación y el rigor de resultados, al poco tiempo estos manirrotos
operadores se convirtieron en enemigos de la fiesta.
Casi ocioso resulta comparar a Rodríguez y a Martínez, pues la obsesión
de mangonear –entrometerse con mando-- que padeció el regiomontano más que en el
ánimo del cordobés fue propia de Camará,su voraz apoderado. En descargo de esa
voracidad su eficaz apoderamiento, salvo la siempre sospechosa tragedia de
Linares --¿el pitón de Islero o el mal estado de un plasma administrado sobre
aviso?--. En penoso contraste, la desigual e improvisada administración del
mexicano, que teniendo todo para haber sido un figurón internacional del toreo,
optó por convertirse en cacique de la fiesta de los toros en México.
El saldo de ese cacicazgo mexicano que permeó todos los sectores, fue el
falso auge de una fiesta degradada y repartida como botín entre unos cuantos empresarios,
ganaderos, toreros, críticos y autoridades sin autoridad, pues mientras los
públicos aclamaban el frívolo desempeño de unos diestros, el toro de lidia se
vio reducido a su mínima expresión, tanto en edad y trapío como en bravura. El
daño parece irreparable, salvo confirmadoras excepciones.
Algo que vale la pena cotejar en Manuel y Manolo es que ambos toreros
fueron, además de acendrada vocación, celo y fuerza de carácter, reflejo de los
tiempos políticos que les tocó vivir. El de Córdoba, una dictadura fascista que
al principio lo aprovechó como importante distractivo y a la postre prescindióde
él; el de Monterrey, primero un régimen dictatorial y fascistoide y luego
sucesivos gurús sexenales de menguada ideología a los que les vino bien
desentenderse del toro en su vergonzosa postración ante el poderoso vecino del
norte, promotor desde siempre del pensamiento único y de lo política y culturalmente
correcto.
“Mi gloria es humo, ¿no ves que brillando me consumo?”, escribió el
poeta y dramaturgo mexicano José Rosas Moreno. Y ambos Manueles, de tanto
brillar se consumieron, si bien a uno le bastaron ocho años y sólo dos
temporadas en México y otro ejerció en su país un
mangoneo implacable a lo largo de dos décadas.
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