Sin Tapujos
¿QUÉ BUSCA EL
PÚBLICO?
Bardo de la
Taurina:
En una fiesta
que es dual deberían de aparecer dignamente los dos protagonistas:el toro y el
torero.Si ese es el tema pues habría que tratarlo con la solemnidad que merece
y si es el de los arribistas, exhibicionistas, pasadores de tiempo,
investigadores juguetones, ligadores, cachondeadores, aventureros, despistados,
borrachos y demás, pues entonces lo debería de abordar con coraje, tristeza,
decepción y hasta con reproche.
Más como las
plazas desde siempre han sido foros receptores del acto supremo de la
democracia pues pa’qué fustigar a los que acuden a ellas con intereses o puntos
de vista diferentes a los de los taurófilos, que aunque hoy son minoría no
dejan de ser el sustento vertebral de los tendidos.Y es aquí donde aunque
parezca increíble hay que cuidar que en esos grupos no se sigan infiltrando seudoaficionados
que, todos sabemos, se han colado, y si no bastaría con preguntarles a las
llamadas porras, grupos, sectas y cofradías, ¿qué tan puras están realmente en
sus entrañas?
Y en este punto
ya me andan revoloteando sin ningún orden preguntas como: ¿Si lo que la afición
quiere ver es una fiesta digna, por qué no se le brinda? Esto en lo
concerniente a toro y torero.Referente a los bureles sus condiciones mínimas
para ser lidiados ya están reglamentadas, lo que sucede es que a ganaderos
y empresarios se les otorga la facultad de ceñirse a ellas o pasárselas por el
arco del triunfo, y mientras esto sea así pues a seguir padeciendo una fiesta
que más que brava se debería conocer como la de ‘Gato por Liebre’.
Referente al
rubro de los toreros, lo más recomendable sería que la Asociación Nacional de
Matadores de Toros y Novillos, Rejoneadores y Similares entregara directamente
a las autoridades gubernamentales que norman y ‘vigilan’ la buena
aplicación de las reglamentaciones, un oficio en el que se especificara qué
matadores de toros y novillos quedan clasificados dentro de las diferentes categorías
y que sean los propios gobiernos quienes en forma enérgica notifiquen a las
empresas respectivas que en plazas de primera sólo deben programar a
toreros del grupos especial o superiores y no como ha venido sucediendo donde
los arribistas, los de grados primarios, los esquiroles y los usurpadores, aparecen
acartelados en cosos monumentales. Creo que sea cual sea el público del que se
trate ninguno quiere pagar por ver un espectáculo denigrante.
Leonardo Páez:
Lo que hace
décadas dejaron de preguntarse, si alguna vez lo hicieron,los acaudalados
metidos a promotores de la fiesta de toros en México es algo de elemental
criterio empresarial si de verdad se pretendetener un negocio sano y con rigor
de resultados: ¿qué busca el público que acude a las plazas?
En vez de apoyarse
en consultas públicas, encuestas, sondeos de opinión, muestreos y otros métodos
de conocimiento del sentir del asistente habitual, ocasional o potencial a la
función taurina, estos singulares empresarios, en la mejor tradición piramidal
y autoritaria, concluyeron que la respuesta a tan sencilla pregunta la tenían
ellos y no el público que aún paga por ese espectáculo, así carezca de
formación e información confiable.
Esa respuesta
unilateral no pudo estar más equivocada ya que partieron de una estrecha–por no
decir villamelona–apreciación de la tauromaquia y de una prejuiciosa percepción
del aficionado y el espectador mexicanos, para concluir satisfechos: “a la
plaza el público va a divertirse con faenas bonitas, y esa diversión la
posibilita el toro repetidor deembestida pastueña”. Tamaña confusiónsólo le
echó la soga al cuello al arte de la lidia y al sentido ético-sacrificial del
toreo, pues ignoraron, entre otras tantas cosas, que “a los toros se va a gozar
sufriendo”, como advertía García Lorca, o la estética a partir del peligro que se
huele, no del que se insinúa.Sin embargo, empresas ni ganaderos ni figuras ni
crítica quisieron expulsar la sosería del templo.
Esta
autocomplacencia de los sectores taurinos, sustentada en la soberbia y en la
autorregulación sin responsabilidad, tanto para con la fiesta como para con el
público –invertir en figurines, no en publicidad agresiva y expectante a partir del toro–, también pasó por alto la
competencia sin precedentes de otrosespectáculos y la oferta de los medios de
comunicación, tan vulgares como atractivos para la gran masa, por lo que ante
la falta de emoción que sólo puede dar la bravura, el gran público de toros,
sin saber demasiado pues ya nadie lo capacita, sintió que como diversión la lidia
resultaba tediosa, sanguinolenta y cara, e inició su éxodo a otros escenarios.
Ocioso entonces
proseguir con carteles a base de novillonespara los que figuran, no de toreros nuevos
con hambre de ser y de toros con edad. Si el público ya no sabe exigir, la
exigencia debería recaer en los promotores más ricos de la historia del toreo,
perosi no hay visión aunque sobre el dinero.
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