Toreros, emigrantes y cervicales
Ilustración de Mónica Lalanda
A mí las corridas de toros nunca me han molestado. No podría ser de otra manera cuando uno lleva un apellido tan extremadamente taurino como el mío. Hay cierto orgullo de sangre en saber que el Premio Nobel Ernest Hemingway le dedicó páginas de alabanzas a Marcial Lalanda, creador del pase de la mariposa.
Esta situación congénita de empatía con las corridas se ha visto agravada con mi situación de emigrante española. Cuando uno vive fuera, tiene un recuerdo casi mágico de lo que dejó atrás y se siente en la obligación de defender a capa y espada (¿capote y estoque?) todo lo que concierne al terruño. Sánchez Dragó debería considerar una segunda parte a su libro 'Y si habla mal de España.... es español' y titularlo 'Y si habla bien de España... es español emigrado'. Yo, en estos años, me he hecho tan increíblemente españolista que sólo me ha faltado ir al hospital con el traje de lunares.
Lo cierto es que desde que estoy aquí se me está quitando el españolismo, digamos que lo estoy perdiendo a base de boinazos.
En fin, volvamos a los toros. Los periódicos digitales son una maravilla solo imaginada por J. K. Rowling en la gaceta que reciben Harry Potter y sus amigos transportada por los búhos. Gracias a ellos podemos disfrutar de las noticias con los vídeos en acción. En verano, las imágenes de las corridas de toros son la norma y con ellas las de las cogidas de los toreros. Por primera vez se me ha ocurrido mirarlo todo con ojos de médico de urgencias, despojados del romanticismo familiar, casi infantil, que normalmente utilizo para la tauromaquia. Resultado de la experiencia: me horrorizó.
Antes de que se emocionen los lectores amantísimos de los animales déjenme que les aclare que quien me da pena es el torero y no el toro. No me molesto en andar defendiendo la calidad de vida del toro de lidia antes de llegar a la plaza, eso lo dejo para otro tipo de blog. Sin embargo, la situación del torero es escandalosa.
Después de hacer una pequeña auditoría de cogidas (videos.com y YouTube) puedo confirmar que tras una 'voltereta' una gran mayoria de diestros caen de cabeza desde una altura considerable. Aquí comienza la negación más absoluta de las normas aceptadas internacionalmente sobre la movilización del paciente que ha sufrido un politraumatismo severo. Se viola el concepto nacido en América bajo los protocolos del ATLS (Advanced Trauma Life Support) y llamado 'the golden hour' (la hora dorada).
El pronóstico final de un politraumatizado depende en gran medida de cómo se le maneje en la primera hora, incluyendo cómo se le transporte. Cuando la cuadrilla, con su mejor voluntad, levanta al torero del suelo de cualquier manera, rodillas dobladas, cabeza colgando, etc. les deberían chirriar los dientes a todos los médicos de urgencias y traumatólogos del país. Se estima que hasta un 25% de lesiones medulares permanentes pueden agravarse después de la lesión, bien sea durante el transporte o bien en el curso del tratamiento inicial.
En la medicina del siglo XXI cualquier paciente que sufre un traumatismo que por su mecanismo puede ser causa de daño medular, debe ser inmovilizado en el lugar del siniestro y el transporte debe realizarse con un collarín cervical rígido y sobre un tablero espinal; a los toreros se les excluye de esta precaución en nombre de... ¿la Fiesta?
Echemos la vista atrás a la historia de los toros; el 'matatoros' fue definido por Alfonso el Sabio como "ome que recibiese precio por lidiar con alguna bestia" allá por el siglo XIV y la fiesta, tal y como la vemos hoy, se remonta al siglo XVII. No sólo se remonta sino que sigue igual.
Poco ha evolucionado en cuestión de seguridad, el torero se coloca frente al toro con un trozo de tela como 'protección', y el mismo traje pegado, que no da lugar a protectores en las ingles o en tórax y abdomen. El público sigue queriendo la emoción de la sangre, la posibilidad del revolcón, la herida, el riesgo de muerte, no del toro que lo tiene asegurado sino del torero.
Los sistemas de seguridad en cualquier otro espectáculo o deporte (el circo, el automovilismo o el boxeo) han cambiado con los tiempos. El público no exige que los conductores vayan sin casco, los puñetazos sean sin guantes o que los trapecistas no tengan sujeciones extras. No hace falta que nadie muera o salga gravemente herido para el disfrute del público. En cambio, en los toros no es así. Ni siquiera el afeitado de los pitones está bien visto, no se considera honesto ni noble. El torero debe poner en peligro su vida, de lo contrario no hay espectáculo. Esta idea es medieval y no se corresponde con la España moderna.
De los encierros, tan veraniegos, ya ni comento. Eso sí que me parece una verdadera salvajada para ambos tipos de animales que corren en ellos.
Sí a las corridas de toros, pero quizás ha llegado el momento de evolucionar unos siglos e introducir sistemas de seguridad propios del primer mundo. Quien quiera ver sangre humana que vea reportajes de guerra que desafortunadamente no faltan.
Mónica Lalanda ha pasado los últimos 16 años en Inglaterra, la mayoría como médico de urgencias en Leeds (West Yorkshire). En la actualidad trabaja en la unidad de urgencias del Hospital General de Segovia, participa en varias publicaciones inglesas y también ilustra libros y revistas con viñetas médicas.
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