Así se hace...
En los medios
Por: óscar MEJÍA
¡ASÍ SE HACE ZAPATA!
Por: óscar MEJÍA
¡ASÍ SE HACE ZAPATA!
Amables lectores, emocionado todavía tecleo estos párrafos. El pasado domingo en la Plaza México fuimos testigos algunos privilegiados de una demostración completa de lo que la fiesta de toros es en su más profundo contenido. Presenciamos una obra de arte, surgida de la inspiración y talento artístico y taurino de Uriel Moreno “El Zapata”.
En su forma, la actuación del torero tlaxcalteca fue impecable. Precisa en sus procedimientos, medida en su dimensión y pulcra en su estructura. Y estoy hablando de toda la tarde. En sus dos intervenciones supo torear por nota en relación a las circunstancias que le presentaron cada uno de sus toros, la tarde fue en su arquitectura magnifica para Uriel.
Esto habla de la madurez que ha alcanzado el diestro a lo largo de sus once valiosos, valerosos, persistentes, constantes, consistentes años como matador de toros.
Siendo técnicamente correctas las dos faenas de “El Zapata”, fueron diferentes en su contenido. Con el que abrió plaza aprovechó el torero hasta la última gota de la escasa raza de su socio, jabonero claro con cara seria, de sosa embestida e indefinido estilo. Desplegó Uriel el menú completo de su tauromaquia en los tres tercios, siendo con los palos el momento de mayor lucimiento. Con la muleta se puso ahí, metido en tierra de nadie sin pedir cuartel hasta agotar las raquíticas posibilidades del de Santa María de Xalpa. Dio fin con pinchazo en buen sitio y radical espadazo.
La obra de arte vino con “Benamejí” 140, colorado listón apretado de cuerna de bella lámina. Toro con bravura y nobleza, que acudió al caballo y fue castigado con medida, mostrándose justo de fuerza. Premiado con arrastre lento a sus restos.
Generoso se mostró el zapata al torear a la verónica para recibir; dueño de la escena, vendiendo con elegancia y sobriedad taurina su representación de héroe legendario, quitó por chicuelinas estatuarias, impactantes, personales. Y volvió a emocionar con sus evoluciones rebosantes de facultades, recursos y arrojo al oficiar con las banderillas, con tinte de drama al ser prendido al final del tercer par, temiéndose lo peor.
Ya había captado Uriel la atención del graderío, ya las miradas fascinadas establecían comunicación con la vibración que el torero emitía desde el fondo de su alma de concertista taurino.
Sereno en su andar, conspicuo en su expresión, seguro y decidido, muleta en diestra mano, desde los medios llamó al socio que se arrancó con fuerza y fue entonces cuando Antonio Campos desde el cielo estalló en júbilo junto con la plaza entera asombrada, al ver a Uriel Moreno cuajar el pase de “El Imposible”. Impresionante, espectacular.
Ya desbordados público y ejecutante, se dio el tlaxcalteca a templar las embestidas por los dos lados con cadencia y profunda expresión, a la mexicana. Y recitar deletreando un poema de largos y lentos párrafos de sentimiento acumulado, de secretos no dichos, de verdades no pronunciadas. El tiempo se detuvo en la ebullición de la faena apasionada de manos muy abajo, eternizando los olés.
Con adornos y destellos de regusto sazonó su labor, rematando la magnífica pieza de sentimiento estético en el justo momento con pinchazo en lo alto y estocada que fulmina. Una oreja de Benamejí fue el premio. Merecidísimo.
Y el artista, el hombre, el torero brotó de la orfandad que la fiesta está padeciendo, para darle nombre y apellido a la torería mexicana, Uriel Moreno a quien apodan “El Zapata”.
Así se hace Zapata. Así es como se conquistan los privilegios que unos tratan de escamotear y otros no saben defender en propia tierra, con el pendón de gallardía, talento y el orgullo de tu raza en alto.
Por esta vez, remato en los medios.
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