30 octubre 2009

La exigencia no debe caer en el insulto




Miércoles, 28 de Octubre del 2009 México, D.F.
 
Opinión:

Por: Juan Antonio de Labra

 
La actitud de un sector del público que acudió el domingo pasado a la plaza "Nuevo Progreso" de Guadalajara se pasó de la raya con Zotoluco, al que insultó durante toda la faena del toro que abrió el ciclo tapatío. Y la gama de gritos transitó entre lo guasón y el insulto; el descrédito y la grosería.

Un entrañable y viejo amigo ya fallecido, que se llamaba Aurelio Arriola "Yeyo", buen aficionado, conocedor y exigente, tenía una frase que le gustaba decir cuando acudía a un programa de radio que hacíamos hace muchos años con "El Guama" Puente: "El que paga opina".

Yeyo anteponía aquella irrefutable frase a sus comentarios radiofónicos, la gran mayoría de las veces tan apasionados como vehementes, pero nunca groseros, ni burlones, sino profundos y reflexivos y, a veces, sabrosos por irónicos.

Con Aurelio Arriola era difícil entablar una conversación taurina sin llegar a la desesperación, no sólo por ese talante tan español que supone la discusión, un deporte nacional en la llamada piel del toro, sino porque a veces no era posible persuadirlo.

Lo más admirable de esta forma de ser tan auténtica era el compromiso que asumía con sus ideas, y aunque la batalla verbal en muchas ocasiones se volvía densa, e inflexible de su parte, al final salía la luz y quedaba alguna enseñanza.

En la vida no todo es negro o blanco. Entre estas dos tonalidades existe una amplia gama de grises sobre los que transita la flexibilidad intelectual.

Todo esto viene a cuento porque se puede ser un aficionado exigente, al fin y al cabo, como bien decía Yeyo, "el que paga opina". Sin embargo, una cosa es ser exigente y otra, muy distinta, ser grosero y ofender a un torero que se está jugando la vida delante de un toro.

A un torero hay que juzgarlo por lo que hace en el ruedo una vez que se observa el comportamiento del toro. Esa debe ser la máxima de un buen aficionado que aplaude y reconoce; o que chifla y desaprueba.

Pero en la plaza el grito que insulta no tiene cabida, porque también se falta al respeto al público que acude en armonía a presenciar un espectáculo, no a un circo romano o a una carpa de perro mundo.

La gente misma que está en la plaza no debe permitir que suceden agresiones de este tipo. Hay que acallar al grosero y hacerle ver que pagar un boleto no le da derecho a gritar sandeces. ¿Acaso uno va al teatro a gritar groserías a los actores? ¿Se ha visto en un cine que el vecino de localidad comience a decir leperadas en plena función?

Me parece bien que la plaza "Nuevo Progreso" se haya convertido en una de las más serias y exigentes en distintos aspectos, pero es una obligación de su público hacer guardar el orden y el respeto por el bien del espectáculo.

En medio de este ambiente hostil que se vivió el domingo, la actitud de Zotoluco fue admirable, pues en nigún momento se encaró con los pelafustantes que le gritaban cosas tan desagradables. Se concentró en torear bien al primer toro, que era complicado, y le plantó cara con férrea determinación al cuarto, al que cuajó una gran faena. A eso se le llama profesionalismo, porque bien pudo haberse molestado ya que los gritos calaban.

Y quizá muchos de los que le estuvieron hostigando sin miramientos, terminaro ovacionado aquella demostración de entrega abosluta, en una tarde de gran responsabilidad por la catadura de los toros que estaban saliendo por la puerta de toriles.

A los toros el público acude a emocionarse o divertirse; a beber, a ligar, a gritar cosas ocurrentes, pero no a insultar. No debe haber tolerancia con los espectadores que insultan. Es preciso erradicarlos porque pueden provocar una desgracia.

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