01 enero 2010

ORIGEN FIESTA BRAVA


Cápsula 380 del 14 de Noviembre del 2009




  • Investigación y Guión: Conti González Báez

  • Con información proporcionada por Alberto Bitar
 

La fiesta de los toros o fiesta brava tiene orígenes muy remotos, una historia compleja y una trayectoria cultural que ha tenido gran evolución.

El principio del toreo está basado en la filosofía y la religiosidad: el hombre llegó a la tierra desprovisto de casi todo, pero dotado de la inteligencia y la voluntad para dominar al mundo.

Ésta es la más profunda de sus raíces: el conquistador, simbolizado por un hombre vestido con ropas sacerdotales, tiene que dominar a la naturaleza, representada por la fiera.

El apasionamiento de la humanidad por el toro se remonta hasta el inicio de la civilización. El hombre del Paleolítico vivía en hordas de nómadas, subsistiendo mediante la caza de grandes piezas. La cacería del toro proveía importantes recursos, como pieles de abrigo y carne para alimentarse.

En el Neolítico, cuando el clima se estabilizó y el hombre ya no tenía que vivir de forma errante buscando dónde encontrar alimento y condiciones propicias para el asentamiento de las comunidades, adoptó la vida sedentaria.

Comenzó domesticando diversos animales y descubriendo formas de cultivo. Sin embargo, el toro bravo no aceptaba el manejo humano y seguía siendo un animal salvaje e indómito.

Así pues, el hombre adoptó la caza del toro como un culto donde apelaba a su inteligencia y sapiencia para vencer las inesperadas reacciones del animal.

Las primeras referencias del toreo quedan establecidas cuando los antiguos pobladores del mundo convirtieron al toro en objeto de culto, de rito, de fiesta.

Antiguamente, el hombre dominaba a la fiera, preparándola para la llamada suerte suprema, o sea, consumar a estoque su labor con la bestia vencida, como sacrificio ritual.

En la Biblia encontramos referencias al sacrificio de toros en justicia divina, siendo considerados como símbolo de fortaleza, fiereza y acometividad.

El ser humano siempre ha buscado el triunfo, el éxito y el reconocimiento. Todo esto puede sintetizarse en el toreo, que reúne los siguientes valores: simbolismo, dominio, arte, entrega, cultura, superación y exaltación. Lo fundamental es el toro y por eso se le denomina fiesta brava.

Sus orígenes no se dieron en España, sino en la isla de Creta. Hace 4,000 años nació la leyenda del Minotauro, monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre, fruto de la unión de un toro con Pasifae, esposa del legendario Rey Minos.

También en Grecia nació otra leyenda, que uno de los doce trabajos de Hércules fue capturar a un toro furioso que aterrorizaba a los habitantes de Creta.

Hace 1,400 años, en la ciudad de Cnosos se celebraban unos festejos denominados “Lidia Minoica”, en honor de Minos. Hombres y mujeres, verdaderos acróbatas, ejecutaban saltos mortales sobre toros de gran corpulencia y tremendos pitones. Esta diversión llegó a considerarse como el deporte nacional de la antigua Creta.

En el recinto o plaza, de forma cuadrada, vestidos únicamente con taparrabos, hacían gala de su valor. El público daba su veredicto, señalando a los más destacados por su arrojo, habilidad y destreza.

Más tarde, durante la Roma imperial, el toro fue utilizado en las arenas de sus circos como parte del espectáculo de la lucha de hombres contra animales salvajes.

Siglos después, los toros se cazaban como deporte, lanceándolos a caballo en los bosques de Polonia y España. Poco a poco, ese deporte fue llevado a las ferias españolas.

El toreo o lidia de los toros comenzó a caballo. Luego, los españoles incluyeron en el espectáculo hombres a pie con capotes que ayudaban a colocar los toros cerca de los caballos. Esto comenzó a atraer la atención del público y propició el toreo a pie.

Las corridas de toros como hoy las conocemos nacieron en el siglo XVIII, cuando la nobleza abandonó el toreo a caballo y la plebe comenzó a hacerlo a pie, demostrando su valor y destreza. Así fue que un deporte elitista se convirtió en una fiesta plebeya.


El toro bravo es una variedad bovina que ha evolucionado desde antiguas razas de toros egipcios y uros europeos. Actualmente, el toro bravo español es una raza única, presente tan sólo en la Península Ibérica, Sur de Francia y algunos países de América Latina, como México.

Sin el torero y el público, no existiría el singular espectáculo. El torero, vestido de luces, debe mostrar sus habilidades, conocimientos, vocación, entrega y valor ante una asamblea a la que, al igual que a la fiera, tiene que convencer.

En los inicios de la fiesta brava, hubo toreros que así la describían: “Que viene el toro y que te quitas tú o te quita el toro”. Algunos otros afirmaban: “Torear es engañar sin mentir”.

Con la introducción del estoque o espada y la muleta se originó el toreo que conocemos actualmente, cuyas reglas fueron evolucionando y perfeccionándose poco a poco.

Hubo un torero al que se calificó como el gran revolucionario del toreo, Juan Belmonte. En una ocasión le preguntaron: ¿cómo se torea? Profundo filósofo y conocedor de la vida, aunque apenas había cursado algunos estudios elementales, contestó: “Como se es”. Toda una gran verdad.

Los españoles llevaron al toro bravo a sus colonias y exportaron la fiesta brava a países como el nuestro, donde existe una gran afición. La fiesta taurina es una de las más hermosas y hoy en día sigue provocando grandes pasiones

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