24 octubre 2008

Ejemplos elocuentes

David Silveti


El ayer cercano de la fiesta

Francisco Lazo

AMIGOS, uno se pregunta muchas veces ¿qué será lo que atrae más la atención de los públicos a las corridas de toros? Hay un sinnúmero de explicaciones, por ejemplo los deseos de ver toros bravos, corpulentos, de grandes cornamentas, faenas de arte y la esperanza de presenciar estocadas mortales con el torero volcándose sobre el morrillo de la res para realizar tan peligrosa suerte y hay también los que desean admirar gestos de valor, temerarios, arrimándose deveras.

Y si hace usted un repaso siempre entrarán en competencia la osadía y la destreza, pero ¿qué sacude más el ánimo de las concurrencias? Se diría que la posibilidad de ver sucesos poco comunes por su calidad artística o su peligro inmediato, esos pases del torero frente al toro muy cerca que son como un imán que atrae multitudes, morbosidad y placer conjugándose en emociones incomparables. Y podrían seguirse enumerando consecuencias felices o trágicas o lo que es peor, burlas que hieren más que la desdicha. Decía un torero en tarde de infortunio que nunca había sufrido tanto por tantas voces más hirientes que las cornadas.

En conclusión, sacude tanto el dolor como la dicha y a veces es apenas un chispazo, como expresaba el aguerrido Luis Castro "El Soldado" luego de aquella cornada que le infirió el toro "Calao" de Piedras Negras, que le hizo pedazos la femoral en la Plaza El Toreo de la colonia Condesa en el año 1942. Y comentó posteriormente, "lo que me duele es saber que no me las pude cobrar partiéndolo en dos de una estocada, pues me llevaron rápidamente a la enfermería chorreando sangre". Reapareció semanas después y como si no hubiera pasado nada y otra vez fue a la cara del toro para producir los aplausos que tanto le emocionaban.

¿Qué es el miedo entonces, recelo, desasosiego, aprehensión? El mismo Luis decía con su inquebrantable buen humor: "echarse a correr" y luego agregaba, "el peor enemigo del torero es el miedo que puede más que un toro enfurecido". Pero los toreros lo enfrentan o tienen que enfrentarse a algo peor, al ridículo, al sarcasmo. Hay veces que el recelo es imprevisible y los toreros calificados de valientes ceden al temor. Esas sensaciones se transmiten a los espectadores haciéndoles partícipes de las inquietudes que producen los malos augurios.

Y tenemos también el otro extremo, el del temerario que no se arredra ante reses cualquiera que sea su condición buena o mala, pues está consciente que todos los toros de lidia son peligrosos. Por ejemplo, al visitar a Antonio Lomelín en el hospital luego de una de las graves cornadas que le pegaron, le escuché con voz airada decir "¿y qué querías que hiciera, que huyera"? y esta fue su explicación: "¡prefiero que me parta en dos antes de hacer el ridículo"! Y David Silveti cuando prácticamente no parecía tener piernas para moverse con agilidad después de innumerables cornadas refutó a otro imprudente: "Si no tuviera decisión no me vestiría de torero y hacer el ridículo por eso me quedo quieto y cuando pasa el toro respiro hondo al enfrentarlo una y otra vez y las que fueran necesarias y redondear mis faenas".

El ideal pues, es desempeñarse a corta distancia sin dar un paso atrás siempre ganándole terreno al toro y tener una espada bien afilada, lo que no es fácil de conjuntar, por eso tradicionalmente son pocas las figuras del toreo en comparación con todos aquellos que concurren a los ruedos tratando de ser toreros, matadores de toros. Los hay muy valientes y también variados e inspirados, pero no todos poseen estas condiciones, por eso no existen muchos astros entre tantos y tantos concurrentes a los ruedos.

Y ahora nos estamos asomando a un panorama muy prometedor con buen número de jóvenes participando en plazas del mundo taurino y en particular en nuestro país, que bien podrían convertirse muy pronto en toreros sobresalientes de la torería.

Publicado en el ESTO


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